El coche negro que transportaba a Raffael y Lyra se detuvo frente al apartamento. Aquella tarde, la lluvia caía con fuerza.
Raffael fue el primero en salir, abrió el paraguas y esperó a que Lyra bajara. Su rostro reflejaba agotamiento — el cabello aún mojado, los ojos hinchados, los hombros temblorosos. No le quedaban fuerzas para decir nada; simplemente siguió los pasos de Raffael hacia la puerta del apartamento en silencio.
Una vez que la puerta se cerró tras ellos, Lyra se quedó inmóvil en la sala. El suave aroma de las velas de lavanda, que solía calmarla, ahora le oprimía el pecho. Todo lo ocurrido esa noche aún parecía una pesadilla.
—Siéntate un momento —dijo Raffael en voz baja, dejando las llaves sobre la mesa—. Voy a pedir que alguien cuide a la tía Sophia en el hospital. Ella estará a salvo, te lo prometo.
Lyra asintió levemente. Se sentó en el sofá, pero su cuerpo temblaba por el cansancio y la tensión emocional. En silencio, Raffael sacó su teléfono y marcó el número de u