Las sirenas de la policía se acercaban cada vez más. Las luces rojas y azules atravesaban la cortina de lluvia, danzando sobre las paredes de la vieja casa ahora hecha trizas. Raffael observaba a Adrián, tendido en el suelo, con sangre escurriendo por la comisura de sus labios. Aun así, el hombre reía en voz baja —una risa que erizaba la piel de cualquiera.
—Llévense a ese hombre —ordenó Raffael con voz helada a dos de los hombres de Antonio. De inmediato, arrastraron a Adrián, que seguía sonriendo de forma inquietante.
—Raffael… —la voz débil de Lyra lo hizo girar. Ella ayudaba a la tía Sofía, que apenas se mantenía consciente. Raffael se acercó rápidamente, se quitó la chaqueta y cubrió a Sofía con ella.
—¿Estás herida? —preguntó con ansiedad, sus manos temblaban al tocar la mejilla de Lyra, empapada por lágrimas y lluvia.
Lyra negó con la cabeza.
—No… estoy bien. Pero la tía…
Sofía abrió los ojos lentamente, sus labios temblaban.
—Lyra, perdóname. Pensé que Adrián… que ese homb