—Fransisca… esa mujer no es mi hija. Es fruto de la infidelidad de Isabella con su chofer personal. Lo supe, y guardé silencio. Tal vez por eso no sentí culpa al principio. Solo estaba devolviendo el golpe. Pero con el tiempo, esa culpa se convirtió en una carga imposible de ignorar.
Raffael se cubrió el rostro con ambas manos. No podía creer que sus padres se hubieran traicionado mutuamente con tanta calma.
—¡Entonces por qué mamá se casó contigo! —Lyra finalmente preguntó, movida por la curiosidad.
—Fui yo quien se lo pidió, Lyra. Sabía que si Isabella se enteraba, todo se derrumbaría. Elia sería expulsada, y yo perdería a ambas: a ella y al bebé. Así que ideé un plan.
—En la empresa tenía un empleado llamado Samuel Braco. Treinta años, reservado, trabajador, soltero. Me acerqué a él y le dije que tenía una sobrina del campo. Hermosa, pero mi esposa no quería que viviera en casa. Le pedí ayuda. “Conócela”, le dije.
Antonio hizo una pausa antes de continuar.
—Se casaron una semana de