Raffael no podía creer lo que Lyra acababa de decir. Durante todo este tiempo, él sabía que muchos empleados habían muerto en el cumplimiento de sus deberes. Por eso colgaba sus fotos en su oficina, como muestra de respeto y reconocimiento hacia quienes dedicaron su vida a la empresa Sun Group hasta el último día.
Jamás imaginó que esas muertes fueron provocadas intencionalmente por su propio padre.
—¡Esto es una locura! ¡Una completa locura! ¿Es cierto lo que dijo Lyra? ¿Papá fue quien los mató? ¿Por qué, papá, por qué? —gritó Raffael.
Había muchas cosas que no podía aceptar. Pero lo que más le dolía era saber que Lyra también llevaba la sangre de los Marino. Y eso significaba que no podían amarse.
Aunque, en realidad, aún no se amaban mutuamente. Solo Raffael sentía ese amor unilateral.
—No, eso no puede ser verdad. Papá jamás haría algo tan cruel, y menos contra mis propios empleados. Y sobre la muerte de Samuel, papá jura que no sabe nada. ¡De verdad, Lyra, no sabe nada!
Antonio y