El carruaje la dejó en Grosvenor Square justo antes del amanecer, cuando el cielo era una franja de índigo pálido apoyada sobre los tejados de Londres. La ciudad aún dormitaba, sumida en un silencio irreal.
Eleanor descendió con movimientos lentos, como una sonámbula, y cruzó el umbral de la casa silenciosa. Subió la escalera de mármol sintiendo que no había vuelto sola. La bruma fría y aceitosa del Támesis, cargada con el olor a algas, lodo y secretos, parecía haberse adherido a ella, impregnando sus cabellos, su piel bajo la capa, sus pensamientos más íntimos. Era el aroma de su traición, de su libertad, y ahora era una parte de ella que no podía lavar.
No había cerrado los ojos, atenta a cada crujido de la madera en la vieja man