La niebla de la mañana cubría Londres como un velo grisáceo, envolviendo calles y jardines en un silencio expectante. Eleanor había escapado del bullicio de la casa para pasear un instante en el pequeño jardín trasero, con un tomo de poesía inglesa apretado contra el pecho. Su respiración formaba nubes de vapor en el aire frío, y cada paso sobre la grava húmeda resonaba como un secreto.
Al llegar al banco de hierro forjado, se detuvo. El libro pesaba distinto entre sus manos. Lo abrió con gesto distraído… y el corazón le dio un vuelco. Allí, entre las páginas, descansaba una pluma oscura, atada con un lazo rojo tan fino como una vena de fuego. Entre la pluma y el papel, había un pequeño trozo de pergamino con un verso en francés, escrito con una caligrafía elegante, in