El corazón de Eleanor seguía desbocado, martilleándole los oídos con un ritmo salvaje, cuando Ashford la condujo de regreso al salón principal. El contraste fue brutal. El calor sofocante de las lámparas de araña, que antes parecía brillante, ahora le resultaba opresivo; el bullicio de las conversaciones banales era un zumbido insoportable, y la música de la orquesta, que había reanudado su compás alegre y despreocupado, le parecía la banda sonora de una farsa grotesca. Todo era oropel y mentira después del silencio cargado, íntimo y peligroso de la biblioteca, después de la verdad desnuda que había resonado entre aquellas estanterías.
Cada sonrisa que ofrecía a los invitados que se acercaban a felicitarla por su "esplendor" era un esfuerzo titánico, un espasmo muscular que l