Zeina entró al penthouse de Manhattan con el impacto de una tormenta. Había estado en la Quinta Avenida, usando su estela de tarjetas de crédito y comprando bolsas de diseño, pero su rostro no reflejaba la satisfacción del derroche, sino una rabia de frustración contenida. Su instinto cazador había tomado el control.
— ¡Jamila! ¡Ahora! — gritó, su voz aguda reverberando en el mármol haciendo que las bolsas de Hermès y Chanel cayeran ruidosamente cerca del ascensor.
Ella era una mujer de gran belleza, pero usaba su apariencia como un arma para manejar a las personas que la rodeaban y las trataba como a inferiores. Ahora, esa arma estaba envuelta en furia. Zeina era la reina indiscutible, y que su prometido le estuviera poniendo excusas para todo era una burla que no le permitiría más.
Jamila, el ama de llaves, apareció con su habitual calma imperturbable.
— Buenas tardes, señora Al-Shams.
— Señora Al-Shams ¡Qué oportuno! — Zeina se inclinó, con el sarcasmo goteando — Recoge todo esto y