Eleanor no paraba de pensar y de darle vuelas al nuevo descubrimiento que había hecho Sam, bajó a la cocina. No por hambre, sino por necesidad. Necesitaba enfrentarse a Tariq antes de que su ignorancia lo destruyera.
No se había vestido esa mañana. Llevaba puesta todavía una bata de seda negra, tan corta y fina que no dejaba nada a la imaginación, revelando la silueta perfecta de la Rosa del Desierto, era casi un acto de guerra.
La tela era un desafío a la orden de Tariq de actuar de forma recatada y adecuada para su papel de esposa. El encaje acariciaba su piel, era un acto de rebeldía silenciosa contra la orden de su esposo.
Ella no iba a ser una víctima sumisa. No podía permitirse ceder el control sobre su propio cuerpo. No a la sombra de lo que le había pasado a Asha por obediente.
Se sirvió un vaso de agua. La puerta de la cocina se abrió con un golpe seco. Tariq entró, su traje impecable en contraste con su rostro desencajado por la falta de sueño y la llamada de su auditor. Se