Acababa de confirmar que estaba embarazada, y no habían pasado ni un par de días cuando Adriana también recibió la misma noticia: ella también esperaba un hijo.
Aquel día, fui sola al centro médico para mis análisis. Al volver, justo al abrir la puerta de casa, escuché la voz de Adriana, melosa y pegada a Andrés:
—Andresito, ¿cómo vamos a llamarle a nuestro bebé? Tengo tanto miedo… Dicen que dar a luz duele mucho.
Andrés la abrazaba por los hombros con tanta ternura que su mirada parecía derretirse.
Reían, y hablaban en voz baja como si el mundo les perteneciera. Y, justo en medio de esa escena, Andrés levantó la vista… y me vio parada en la puerta.
Me acerqué poco a poco, cada paso me pesaba como si el suelo se quebrara.
—Andrés Rojas, ¿qué quiere decir con eso?
Él no apartó su brazo de Adriana.
—Ve a descansar, Elena. Luego te explico todo —dijo, sin apartar su brazo de Adriana, como si lo nuestro no mereciera más que una espera.
—No. Quiero que me lo expliques ahora —exigí, tragándome las lágrimas.
Andrés frunció el ceño, molesto.
—¿Puedes no armar una escena, por favor?
Sentí un nudo en la garganta. Levanté la mano y le di una bofetada.
—¿¡Qué te pasa!? —soltó Adriana enseguida, indignada por mi ofensa a su «Andresito».
Se levantó con torpeza y se interpuso entre los dos, protegiéndolo como si yo fuera una amenaza, mientras se sostenía el vientre con orgullo.
—Yo soy la que está esperando un hijo de Andrés. ¡No tienes derecho a levantarle la mano!
En ese instante, algo dentro de mí se rompió en mil pedazos. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin control.
Andrés me miró fijo, pero no con pena… sino con fastidio.
—Elena, eso no es verdad. El hijo de Adriana no es mío —dijo, aunque ni él mismo parecía convencido.
Adriana rompió en llanto, sus ojos enrojeciéndose al instante, como si Andrés la hubiese traicionado.
—¡Me prometiste que no se lo dirías a nadie! ¿Por qué tuviste que contárselo justo a ella?
—Elena es mi esposa. No tengo por qué ocultárselo —respondió Andrés, ahora con un tono frío.
Adriana dejó de llorar, y en su rostro apareció una sonrisa torcida, cruel.
—Entonces también deberías contarle que, por protegerme a mí y a este bebé, decidiste que el hijo que ella espera se quede sin padre.
Me giré lentamente hacia él, sintiendo cómo el frío se colaba por mi pecho hasta dejarme sin aire.
Andrés no dijo nada. Su silencio fue su respuesta.
Adriana, sin poder esconder su satisfacción, acarició su vientre como si estuviera mostrando un trofeo.
—Es que Andrés no quiere que hablen mal de mí. Lo que está haciendo por mí es un sacrificio enorme, y estoy tan conmovida… Así que este será el primer hijo de Andrés —dijo con orgullo—. El tuyo, Elena, ya veremos si será adoptado… o algo más.
Él no la corrigió. Ni una palabra.
Sentí que me iba a desmayar de la rabia. Lo empujé y lo golpeé todas mis fuerzas.
Al principio, Andrés solo se quedó quieto, soportándolo. Pero, de pronto, me levantó de un tirón y me llevó casi a rastras al dormitorio.
—¡Suéltame! ¡Dime la verdad, ahora! —grité desesperada.
No podía entenderlo.
¿De verdad, Adriana Falcón era tan importante? ¿Tanto como para que nuestro hijo naciera sin padre?
La mirada de Andrés estaba llena de enojo, de una furia que no se molestó en ocultar.
—Adriana siempre ha sido una buena chica. Un embarazo fuera del matrimonio dañaría su imagen. No aguantaría los rumores.
—¿Y tú quieres que sea yo la que cargue con esa vergüenza?
—¡Claro que no! —negó con la cabeza—. Esto es temporal. Cuando ella dé a luz y todo esté bien, contaré la verdad.
Miré a ese hombre frente a mí. No lo reconocía.
Ya no era el hombre que había amado por tantos años.
Era solo un extraño… cruel y cobarde.