De pronto, Andrés empujó con fuerza a la señora Falcón.
Ella tropezó hacia atrás y, en ese instante, el bebé que cargaba en brazos se le resbaló de las manos.
El pequeño cayó al suelo con un golpe seco y estalló en un llanto desgarrador.
—¡Llora, llora, solo sabes llorar! ¡Cállate ya! —gritó Andrés, fuera de sí, con las manos en la cabeza.
Pero ¿cómo se le grita a un recién nacido?
El bebé, asustado, solo podía llorar más fuerte.
Don Rogelio Rojas corrió a recogerlo del piso, con el corazón en la garganta.
Y sin pensarlo, le soltó una bofetada a su propio hijo.
—¡¿Estás loco, Andrés?! ¡Ese es tu hijo! ¡Es el primer nieto de esta familia!
En el rostro de la señora Falcón se dibujó una sonrisa triunfal.
Pero le duró poco.
Porque cuando levantó la vista, la mirada helada de Andrés la atravesó como una daga.
Fue ese golpe, ese crujido entre la piel y el alma, el que lo despertó de su delirio.
De pronto, como si una película se rebobinara, todos los recuerdos le llegaron a la mente.
Elena,