En la mañana, entre la niebla persistente que envolvía la cabaña de Ramiro, pintando el interior con tonos dorados y ocres. Lucas, aunque aún pálido y con el hombro vendado, había recuperado algo de su energía, su mente ya inmersa en la planificación. Sin embargo, su vulnerabilidad física y la confesión de su pasado habían resquebrajado la fachada impenetrable que solía proyectar. Elena, observándolo, sintió una mezcla de compasión y una nueva determinación.
—Es arriesgado —dijo Lucas, su voz áspera, mientras Ramiro señalaba un punto en el mapa, cerca de los muelles de Londres.
Ramiro asintió, sus ojos fijos en el mapa.
—Todo lo que hacemos ahora es arriesgado, muchacho. Pero tenemos una oportunidad. Un golpe certero puede desestabilizarlos.
—Lo sé —Lucas suspiró, la preocupación arrugando su frente —Pero infiltrarse en el centro de operaciones de los Russo… es una misión suicida.
—Quizás para ti, Lucas, sí —dijo Elena, su voz firme, acercándose a la mesa. Lucas la miró, sorprendido p