A cientos de kilómetros, en una oficina de policía de Nápoles, sumida en la oscuridad de la noche, Marco Bianchi miraba la pantalla de su ordenador. Las noticias parpadeaban sin cesar, Capturado el yate L’Ombra (La Sombra). El capo Dario Ferraro sigue prófugo. La curadora Luciana Mancini también es fugitiva.
Marco tenía la cara cenicienta por la falta de sueño y por la culpa. las docenas de tazas de café comenzaban a hacer efecto. ese efecto de alterar el ánimo y los nervios.
La noticia que lo estaba destrozando no era el informe policial, sino el informe de su superior, la orden de captura de Luciana que pesaba sobre él como un bloque de piedra a punto de aplastarlo.
El informe la describía como una cómplice, y no como realmente era, una víctima. Cuando Marco había ido por ella, Luciana había elegido al criminal en lugar de a la Ley. Ella había elegido a Dario. La traición se le clavó en el pecho como una bayoneta.
"¡Maldición!" Marco golpeó el escritorio con una furia descontrolada,