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Capítulo 4 : Dante llega a su Penthouse

Valentina salió de aquella oficina con pasos rápidos, temblorosos, abrazándose el abrigo contra el cuerpo. Este abrigo se lo había dado Dante, para que pudiera cubrirse camino a su casa, pero nada podrá borrar o cubrir la sensación de el ardor que aún sentía bajo la piel. No debía haberse quedado. No debía haberlo mirado así. No debía haber permitido que Dante tocara una historia que ella había sellado hacía seis años. Y mucho menos, dejarse llevar por él.

El aire helado la golpeó de frente, despertándola del espejismo en el que había caído. El chofer que ella había llamado la estaba esperando frente a la entrada. Subió sin mirar atrás, sin darle oportunidad a su corazón de traicionarla otra vez.

La puerta se cerró. Y sólo entonces pudo volver a respirar.

Pero ese respiro vino acompañado de un dolor punzante, como si los recuerdos quisieran salir a empujones. Aún tenía las manos temblando. Aún sentía su voz enredándose en su cuello. Aún tenía el nombre de Dante atorado entre sus labios.

No debió pasar.

No esta vez.

No después de todo lo que sufrió.

“Fue un error”, se repetía mentalmente. “Un error, Valentina. No más. Esto no puede volver a pasar… Estoy comprometida… Que estupidez estoy haciendo…”

El automóvil avanzaba por las avenidas silenciosas de Londres. La ciudad empezaba a despertar, ya era tarde, duró casi 4 horas en la oficina de Dante… Ella solo quería desaparecer. Su reflejo en la ventana mostraba a una mujer que ya no reconocía del todo: la mirada un poco perdida, las mejillas rojas por el momento que compartió con Dante más que por el frío, una sombra de culpa hundiéndose sus hombros se estaba formando.

Porque lo que había hecho no solo la afectaba a ella.

Afectaba a Matteo. A su hijo pródigo que ella juró proteger incluso si eso significaba cargar sola con todo lo demás.

“¿Qué estoy haciendo?”, pensó, presionando una mano contra su boca como si quisiera contener un sollozo. “¿Cómo permití esto? ¿Por qué él todavía… ¿Por qué todavía puede hacerme sentir así?”

Cuando llegó al edificio, subió en silencio. Amanda la esperaba en el penthouse, tal como todos los días. El aroma a café y a pan tostado la recibió, y por un segundo su pecho se alivió.

Hasta que escuchó aquellos pasitos pequeños que la alegraban más que nada en la vida.

—¡Mamá! —Matteo corrió hacia ella, con esa sonrisa que siempre la derretía—. Mira lo que dibujé.

Valentina se agachó y lo abrazó con fuerza.

Más fuerza de la necesaria.

Como si quisiera aferrarse a él para no desmoronarse.

—Estás temblando —dijo Matteo con esa observación tan directa—. ¿Tienes frío?

—Un poquito, amor —mintió ella rápidamente, acariciándole el cabello—. Solo… solo fuí a una reunión, pero creo que estamos entrando en invierno, el aire afuera está muy frío… ¿Tu no sientes frío verdad?...

Él la miró con sus grandes ojos curiosos y siguió contándole como le fue en el día, Valentina escuchaba atentamente a su pequeño… Por un momento, sintió una punzada de miedo. ¿Cuánto tardará Dante en notar la forma en que Matteo fruncía el ceño igual a como él lo hace? ¿O cómo decía algunas palabras con la misma cadencia? ¿Cómo habría reaccionado al escucharlo hablar italiano tan fluido?

Él ya sospechaba.

Y ahora ella había cometido el peor error posible: permitirle acercarse otra vez.

—Amanda, gracias por quedarte con él —dijo Valentina incorporándose y tratando de sonar normal.

Amanda la observó en silencio un segundo más de lo que debería.

Tal vez notó su tensión.

Tal vez notó su mirada húmeda.

Tal vez notó el rastro invisible de culpa que no sabía esconder.

—¿Está todo bien, señora? —preguntó con suavidad.

—Sí… Solo es el cansancio… —respondió Valentina.

Amanda asintió y se retiró.

Valentina se quedó mirando el dibujo que Matteo había hecho: una casa, ella, él y… alguien más. Alto, de traje, con una sonrisa torpe.

Matteo señaló al hombre del dibujo.

—Ese es mi papá —dijo con inocencia absoluta—. ¿Algún día vendrá a verme?

El corazón de Valentina se rompió un poco más.

Respiró.

Sonrió.

Mintió con dulzura.

—Tal vez algún día, cariño.

Pero por dentro, sabía que ese día se acercaba aunque ella lo evitara.

Y aunque Dante no supiera la verdad completa, ya estaba demasiado cerca.

Valentina dejó a Matteo dibujando en el salón y se encerró en su habitación un momento. Quería ducharse, quería limpiar su mente, quería borrar cada trazo del recuerdo que la perseguía desde la madrugada.

Pero en cuanto dejó el móvil sobre la cama, este vibró. Un mensaje entrante. De él.

“Voy a tu penthouse. Tenemos que hablar.”

Valentina sintió cómo la sangre se le helaba.

No le había dicho dónde vivía.

No le había dicho nada.

Y aun así… él ya lo sabía.

Claro que lo sabía, era Dante Santino, el siempre tiene la información de las personas de las cuales necesita un benefició. Siempre persiguiendo hasta el final lo que desea.

Ella respiró hondo, apoyándose en la pared. Se miró en el espejo, la culpa le oscurecía los ojos. Los labios aún tenían un leve tono rosa que ella no podía explicar. No se veía como la mujer firme y controlada que había logrado ser después de todos estos años.

Se veía como la mujer de antes.

La que temblaba por él.

La que lloraba por él.

La que se rompía por él.

—No —susurró, como si fuera una promesa hacia sí misma—. No otra vez.

Pero cuando escuchó el sonido del ascensor deteniéndose en su piso…

El pasado volvió a caerle encima como una ola imparable.

Y Valentina entendió que ese capítulo, ese que creía enterrado, estaba sólo empezando de nuevo, cuando salió de su habitación lo vió ahí, parado, sonriendo orgulloso de haberla encontrado.

— Por algo, estaba esa cláusula… Por qué iba a llegar hasta dónde estés Valentina… —dijo sonriendo. — Te lo dije, ya no hay a donde huir o escapar de mi.

Ella estaba ahí, de pie, sin poder moverse. Ambos mirándose fijamente, Matteo como es curioso por naturaleza, solo observaba desde la distancia aquel encuentro que cambiará incluso su vida.

—Continuara.

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