La mañana en Luminaria no trajo paz. Aunque el sol ascendía sobre el mar como una promesa de claridad, los vientos del norte llegaban cargados de un murmullo que solo los más atentos sabían escuchar.
Amara despertó primero. Estaba desnuda entre los pliegues de las sábanas de lino blanco, su cuerpo aún húmedo por la noche agitada con Lykos. El calor entre sus muslos era un recuerdo ardiente, pero algo más frío la había arrancado del sueño. Se incorporó lentamente, dejando que la sábana resbalara por su piel marfil, y caminó hacia el ventanal con la mirada clavada en la línea del horizonte.
—No es solo viento —murmuró para sí, mientras su aliento dejaba una neblina tenue en el cristal—. Es un aviso.
Lykos se movió en la cama, su voz grave aún cargada de sueño.
—¿Lo sientes también?
Amara asintió, sin apartar los ojos del norte.
—No es magia. Es un presagio. Como si el mismo norte respirara c