La plaza central del pueblo vibraba con un murmullo de insatisfacción que crecía como el preludio de una tormenta. Las piedras del suelo, pulidas por generaciones de pasos, resonaban con el ruido de lanzas y bastones golpeando el pavimento. A un lado, los consejeros conservadores vampíricos, ataviados con capas carmesí y collares rúnicos, habían convocado a sus seguidores para protestar contra la alianza con lobunos y humanos. En medio de la multitud, Daemon alzaba su bastón de marfil, su voz estridente y altiva retumbando entre las fachadas de piedra.
—¡No necesitamos la fuerza de bestias peludas ni la vana ayuda de meros mortales! —clamaba Daemon, golpeando el suelo con el bastón—. ¡Somos eternos! ¿Por qué rebajar nuestro linaje con criaturas que perecen al primer asalto?Los seguidores vampíricos aplaudían con entusiasmo, mostrando colmillos brillantes, mientras los lobunos permanecían en el extremo opuesto de la plaza, tensos y agrupados en pequeños corrillos,