El sol comenzaba a colarse entre las nubes matinales, pintando de oro los tejados de piedra blanca y las columnas talladas de la nueva biblioteca. Luminaria despertaba con el ritmo pausado de un gigante que se estira tras un largo sueño.
Amara caminaba entre los pasillos aún vacíos, con la sensación de que aquel lugar guardaba no solo libros, sino el alma entera de su pueblo. Cada piedra, cada vitral, era un testimonio de las cicatrices sanadas y las promesas por cumplir.
—¿Sabes? —dijo una voz detrás de ella—. Si esto fuera un edificio común, ya habría convertido varias columnas en marcadores de uñas.
Lykos apareció con esa sonrisa ladeada que sólo podía ser suya, llevando a Eryon en brazos. El niño, con los ojos grandes y curiosos, observaba fascinado las paredes decoradas con escenas de leyendas y magia ancestral.
—¿Ma