Los meses transcurrieron con la serenidad profunda de un pueblo que por fin respiraba sin el peso de guerras y miedos ancestrales. Luminaria crecía, no solo en la sólida reconstrucción de sus casas y murallas, sino en el alma misma de su gente. Se percibía una renovación que se sentía en cada rincón: en el susurro de las hojas, en el zumbido de las abejas, en las voces que reían juntas bajo el cielo claro.
Y en medio de ese renacer, Eryon, el pequeño Alfa del Alba, comenzaba a dejar sus primeras huellas en el mundo. Huellas que no eran solo pasos vacilantes, sino el inicio de una historia que prometía cambiarlo todo.
Era una mañana tibia de verano, cuando el sol ya había levantado el telón de la alborada, tiñendo el cielo con pinceladas doradas y rosadas. Los rayos acariciaban el jardín de runas que se extendía como un tapiz vivo junto a la Torre Alta, un