El bosque junto al faro era un mar de troncos retorcidos y maleza cerrada, cubierto por una neblina espesa que se arrastraba por el suelo como una bestia silenciosa. Las copas de los árboles apenas dejaban pasar la luz, y el aire olía a tierra húmeda y a algo más... una presencia latente, ancestral.
Amara y Lykos avanzaban en formación, los lit toros encendidos en alto —cristales lumínicos con núcleos encantados— que proyectaban círculos carmesíes a través de la bruma. Sus sentidos, agudizados por el entrenamiento y la sangre sobrenatural, escudriñaban cada rincón con precisión. Tras ellos, una formación mixta de vampiros, licántropos y humanos seguía en semicírculo, armas en mano, con cristales de contención atados a sus cinturones y collares rúnicos resplandeciendo débilmente.
—La niebla nos espera —susurró Amara, con la voz baja pero clara—. Recordad: defensa y dispersión mental. No os distraigáis.
Lykos flexionó las zarpas, su olfato detectando un pulso extraño en el aire, como oz