A pesar del avance de la alianza, no todas las voces en la región eran de esperanza y cooperación. La niebla, aunque contenida en gran parte gracias a los esfuerzos combinados de los clanes, no había desaparecido por completo. Persistía como un susurro antiguo, flotando en los márgenes de los bosques y colándose entre las rendijas de las aldeas más alejadas. En esos lugares, donde la luz del faro apenas alcanzaba, comenzaban a tejerse relatos inquietantes. Historias de ojos brillando en la oscuridad, de susurros entre los árboles, de figuras que se desvanecían justo cuando alguien intentaba observarlas con claridad.
El miedo, como una raíz profunda, seguía instalándose en los corazones más vulnerables.Una noche especialmente fría, Amara recibió una carta urgente traída por un cuervo mensajero. La tinta estaba corrida por la humedad, pero la firma era clara: Elías, un anciano de la aldea de Verdeluz. Aquel lugar, apenas un pequeño asentamiento humano al borde del g