La marcha de regreso al pueblo se transformó en un desfile de antorchas, estandartes y vítores. Al acercarse al portón principal, los guardias apostados sobre la muralla formaron en dos filas, arrodillándose al unísono al divisar a Amara, Lykos y Arik encabezando la comitiva. Detrás de ellos, Vania alzaba el manuscrito y el cristal carmesí, cuyas facetas reflejaban la llama danzante de las antorchas. El Altar de Sangre brillaba con un resplandor renovado: las runas, grabadas en la roca viva, despedían un tenue fulgor que se mezclaba con el polvo levantado durante el ritual, dejando un rastro luminoso a su paso.
Un anciano vampírico, de capa raída y cabello blanco como la escarcha, avanzó apoyado en su bastón y alzó la voz, quebrada por la emoción:—¡La niebla no volverá! —exclamó—. ¡Nos han salvado del olvido y de la muerte!Los aplausos retumbaron contra los muros del pueblo, mientras hombres lobunos y humanos intercambiaban miradas de gratitud y alivio.