El salón del Metropolitan Grand Hall resplandecía bajo un cielo de arañas de cristal, donde las luces cálidas parecían acariciar cada rincón con una sensualidad casi calculada. Vestidos de gala, trajes impecablemente entallados, copas de champaña que tintineaban como secretos al oído. Todo en aquella noche hablaba de poder, alianzas y silencios estratégicos.
La élite de Nueva York se congregaba para la cena benéfica anual organizada por la Fundación Macmillan & Walton, un evento que, más allá de su propósito filantrópico, servía como escenario para alianzas estratégicas y juegos de poder. Era un tablero de ajedrez donde cada invitado representaba una pieza en juego.