Las luces del salón bajaron gradualmente mientras el murmullo elegante se extinguía como una sinfonía suspendida. Desde el centro del escenario, Henry Mars, con traje oscuro perfectamente entallado y la confianza heredada de generaciones de políticos neoyorquinos, tomó el micrófono. Su voz, templada como un fiscal curtido en cortes federales, se proyectó con precisión.
—Es un honor presentar a un hombre que ha demostrado integridad, compromiso y una visión clara para nuestro estado. Un hijo de inmigrantes que no olvidó sus raíces, pero que ha sabido caminar con firmeza entre el barro de la política. Con ustedes, el Gobernador del Estado de Nueva York, Miguel Santos.
Un aplauso cerrado estalló, contenido pero cargado de expectación. El gobernador apareci&oa