La puerta de la sala de deliberación se cerró con un clic seco, aislando al jurado del bullicio de la corte. El silencio inicial fue incómodo, denso como la humedad antes de una tormenta. Doce personas. Doce destinos cruzados por la responsabilidad de decidir entre la verdad, la manipulación… y el miedo.
Un reloj marcaba los segundos con una constancia insoportable. La atmósfera estaba cargada, no solo por el peso del caso, sino por las emociones que ninguno podía ya disimular.
—Bueno, ya saben por qué estamos aquí —dijo la jurado número tres, una mujer de mediana edad con mirada firme y voz de profesora universitaria—. Tenemos que decidir si Lincoln Jones es culpable de los cargos que se le imputan.
—Esto está c