La lluvia golpeaba los ventanales del piso 43 como si intentara atravesar el cristal. Golpeaba con rabia, con advertencia. Como si el cielo supiera lo que estaba por desencadenarse.
Olivia se mantenía de pie frente al ventanal, los brazos cruzados sobre el pecho, la mandíbula tensa. Detrás de ella, en el centro de su elegante oficina revestida de mármol y caoba, el silencio tenía forma: tres sobres negros, manchados con tinta corrida y bordes chamuscados, descansaban sobre su escritorio como piezas de evidencia en una sala de juicio.
—Recibí estas tres cartas esta semana —dijo Lincoln Jones, rompiendo la tensión, mientras colocaba los dedos sobre los sobres—. Todas con el mismo sello en cera negra. Sin remitente. Y un mensaje más agresivo cada vez.
Liam, que permanecía a su lado con expresión pétrea, tomó el primero. Lo abrió sin guantes. Ya no tení