Damien no se molestó en sentarse ni en fingir cordialidad. Dio un par de pasos más y quedó de pie frente a la chimenea encendida. El fuego proyectaba destellos rojos y dorados sobre su rostro, acentuando la dureza de sus facciones. Charles lo observaba desde su sillón, y Sophie, atrapada entre los dos, sentía que el oxígeno se le escapaba.
— ¿Qué quieres, Charles? —preguntó Damien, su voz grave, como un trueno contenido.
—Quiero asegurarme de que no estás cometiendo un error —contestó Charles con calma estudiada—. El mundo de los negocios es implacable. Una mentira, una sola grieta en tu fachada, puede costarte millones. Y créeme… todos notamos cuando alguien intenta jugar una farsa.
Sophie se tensó, comprendiendo el veneno tras esas palabras. Charles no estaba insinuando. Estaba atacando directamente la credibilidad de su relación con Damien.
Damien giró la cabeza hacia ella, y en un movimiento repentino, la tomó por la cintura y la atrajo contra su cuer