La puerta de la habitación se cerró suavemente tras los médicos. El silencio que siguió fue denso, casi sagrado. Maximiliano, Camila, doña Adela y Emma permanecieron unos segundos inmóviles en el pasillo, como si temieran que un movimiento brusco pudiera deshacer la noticia que acababan de recibir: Ana estaba despierta. La vida había regresado a esa mirada que durante días había permanecido cerrada, perdida en un limbo del que parecía imposible volver.
La doctora asomó una última vez la cabeza antes de marcharse:
—Ya pueden entrar. Pero recuerden, nada de agitarla demasiado. Ella necesita calma, compañía serena. Hablen con ella, denle motivos para aferrarse a este regreso. El resto lo hará el tiempo.
La familia asintió con un fervor casi infantil y, conteniendo el temblor en sus manos, empujaron la puerta y entraron en la habitación.
El ambiente era el mismo de siempre: el olor penetrante a desinfectante, el pitido acompasado del monitor, el rumor bajo del respirador que todavía ayuda