Días después...
La mansión Santillana estaba sumida en un silencio extraño aquella tarde. La lluvia había cesado hacía apenas unos minutos, pero el aire seguía impregnado de humedad. Un aroma a tierra mojada entraba por los ventanales entreabiertos del salón principal, mezclándose con el olor tenue de cera de muebles recién lustrados. Afuera, el jardín parecía un cuadro melancólico: el césped aún brillaba con gotas atrapadas en cada hoja, y los árboles se mecían con un viento suave, como murmurando secretos que nadie podía escuchar.
Emma estaba sentada en la alfombra frente a la mesa baja del salón, rodeada de crayones desparramados como un pequeño arcoíris roto. Llevaba un vestido sencillo de algodón, celeste, con un pequeño lazo en la espalda. Su cabello, un poco despeinado, caía sobre su frente mientras inclinaba la cabeza para terminar el dibujo. Sus manitas temblaban levemente de cansancio, pero aun así sonreía al ver la figura que había creado: dos mujeres tomadas de la mano, un