Capitulo 152

La mansión Santillana parecía más sombría que nunca, como si la tormenta que días atrás había rugido sobre la ciudad hubiera dejado impregnada su oscuridad en los muros de piedra. Los ventanales, altos y elegantes, reflejaban el cielo gris plomizo de esa tarde. El aire estaba denso, pesado, y un aroma tenue a vino mezclado con flores marchitas flotaba en el ambiente, como si la casa respirara recuerdos rancios que se negaban a morir.

El eco de un reloj antiguo resonaba en la estancia con un ritmo implacable, cada campanada era un recordatorio del tiempo que se acercaba, del juicio que estaba por comenzar y de la amenaza latente que Catalina se negaba a aceptar.

Catalina permanecía en el salón principal, hundida en un sillón de terciopelo burdeos. Vestía una bata de seda carmesí que brillaba bajo la tenue luz de la lámpara de araña, y ese resplandor rojizo hacía que la frialdad de su mirada resultara aún más cortante. Frente a ella, sobre la mesa de mármol, descansaba la citación judic
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