El invierno se estaba retirando con pasos lentos, dejando en el aire un frío suave que aún mordía las mañanas. La ciudad amanecía bajo una neblina tenue, como si alguien hubiera soplado un velo sobre las calles, difuminando las fachadas y el sonido lejano del tráfico. El sol, pálido y tímido, se filtraba a través de las ramas desnudas de los árboles, proyectando sombras largas y frágiles.
En la mansión Cisneros, Ana Lucía se abrochaba la bufanda de lana frente al espejo del vestíbulo. El reloj marcaba las siete y media, y el aroma a café recién hecho viajaba desde la cocina, mezclándose con el perfume a madera pulida que impregnaba la casa.
Se cumplían exactamente seis meses desde que había llegado a la vida de Maximiliano y Emma. Medio año que había pasado como un soplo y, a la vez, como una vida entera. Medio año de días llenos de risas, silencios incómodos, batallas con Catalina y noches que terminaban con el calor de los brazos de Maximiliano envolviéndola.
Esa mañana, la rutina s