Una noche muy pesada para Andalucía, aparte que no pudo ir a la universidad a sonreír con sus amigos. Tampoco había recibido noticias de su jefe durante todo el día desde que amaneció.
Estaba en su semestre final, donde solo faltaba poco para asignarla a cualquier empresa y hacer sus pasantías y lograr su sueño.
La tarde avanzaba lenta, cálida, dorada. Los rayos del sol atravesaban los cristales de la galería principal y se deshacían sobre la alfombra como un manto tibio. En el centro del salón, sobre un tapete con motivos florales, Emma reía a carcajadas mientras Ana Lucía hacía equilibrio con un oso de peluche sobre su cabeza.
—¡Se va a caer, Anaaaa! —gritó la pequeña entre risas, aplaudiendo con emoción.
—¡Ay, no, señor Oso! ¡No se caiga! —dramatizaba Ana Lucía, fingiendo tropezar—. ¡Emma, ayuda! ¡El oso está a punto de lanzarse al vacío!
Las carcajadas se mezclaban con la música suave que provenía de una bocina Bluetooth en la esquina. El aire olía a madera encerada, a sol de inv