La brisa de la tarde se colaba entre los ventanales abiertos de la mansión, haciendo ondear ligeramente las cortinas de lino blanco. El aire olía a jazmín fresco y a tierra húmeda, anunciando la inminente llegada de una tormenta de verano. En el interior, todo parecía tranquilo: las chicas del servicio ordenaban discretamente, y desde la sala se oía a lo lejos el sonido tenue del canto que Emma solía cantar con torpeza y entusiasmo.
—Emma, vamos a salir —Interrumpió Catalina, con una cartera en su antebrazo.
—¿Salir? ¿Para dónde? —Preguntó la niña curiosa.
—Iremos a visitar a una amiga, quiero que hables con ella y le cuentes lo que sientes. Si te pregunta algo, tú contestas. ¿Ok?
Emma asintió, aunque su corazón comenzó a latir un poco fuerte. Tenía miedo y no sabía por qué.
Unos minutos después, ya estaban en el lugar donde Catalina ya había dado instrucciones de lo que realmente quería.
Emma, estaba sentada en una sala desconocida, de paredes crema y muebles suaves, frente a una mu