La noche había caído con suavidad sobre la mansión, envolviéndola en un silencio cálido y perfumado por los rosales que bordeaban el jardín. Las farolas exteriores proyectaban una luz dorada sobre los caminos de piedra, mientras el leve crujido del portón al cerrarse anunciaba el regreso de Maximiliano y Ana Lucía.
El motor del auto se apagó con un suspiro, y Ana Lucía soltó el cinturón en silencio. Miró hacia la casa iluminada, con el corazón latiendo con una mezcla de ansiedad y ternura. Sabía que Emma debía estar ya lista para dormir, pero no podía dejar pasar una noche más sin acercarse a ella.
—¿Estás bien? —preguntó Maximiliano, tomando su mano antes de que abriera la puerta.
Ana Lucía asintió, aunque una sombra de preocupación se dibujó en su rostro.
—Quiero verla… solo un momento antes de que duerma.
—Claro —dijo él con voz suave, presionando sus dedos con cariño—. Te espero en la habitación.
Ella asintió y bajó del coche. El aire fresco de la noche le acarició la piel mientra