El sol filtraba su luz a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas sobre las paredes del dormitorio. La mañana avanzaba lentamente, impregnada del aroma a café recién hecho y el sonido lejano del tráfico en la calle. Sin embargo, para Nelly, el amanecer no traía promesas de un nuevo día, sino una resaca feroz que le taladraba el cráneo con cada latido de su corazón.
Gruñó, enterrando la cara en la almohada, tratando de escapar de la punzada de dolor que le recorría la cabeza. Su boca estaba seca, su estómago revuelto y su cuerpo se sentía pesado, como si hubiera corrido un maratón la noche anterior. Abrió los ojos con dificultad y parpadeó varias veces, tratando de enfocar la habitación.
El aroma a café se intensificó y, con un esfuerzo titánico, giró la cabeza hacia la puerta. Allí estaba Adrián, apoyado contra el marco con una taza en la mano y una expresión inescrutable en su rostro.
—Te traje café —dijo simplemente, con ese tono bajo y controlado que siempre usaba.
Nel