La ciudad quedaba atrás lentamente, devorada por la silueta temblorosa del horizonte. En el interior del auto, el silencio era cómodo, apenas interrumpido por la suave música que salía del estéreo y el zumbido constante de los neumáticos sobre el asfalto. Nelly iba en el asiento del copiloto, con la ventana entreabierta. El viento tibio le acariciaba el rostro como una promesa de algo hermoso. El cielo comenzaba a teñirse de un azul más claro, presagio del mar que los esperaba.Damián dormía en su silla infantil con una paz que le robaba el aliento a su madre. Su boquita entreabierta, el osito de felpa apretado contra el pecho y el leve movimiento de su pecho al respirar lo convertían en un cuadro perfecto.Adrián mantenía una mano en el volante y la otra descansaba sobre la pierna de Nelly, acariciándola con ternura ausente, como si su piel fuera su brújula. De vez en cuando giraba el rostro hacia ella y sonreía sin decir palabra. No hacía falta. Estaban en ese tipo de amor donde las
La portada de la revista reposaba abierta sobre la mesa del comedor. Las letras doradas brillaban bajo la luz matinal como si el sol mismo las acariciara:“Amor frente al mar: Nelly y Adrián sellan su historia en una boda secreta que conmueve al país”.Karina tenía los ojos clavados en la imagen central. Nelly, envuelta en un vestido blanco vaporoso, descalza sobre la arena perlada, sonreía con una serenidad casi celestial mientras Adrián le sostenía la mano. Damián, entre ambos, levantaba una flor marina hacia el cielo, como si bendijera el momento. El cielo de fondo era de un azul casi irreal, salpicado por una gaviota que parecía congelada en vuelo.Un nudo invisible le apretaba el estómago. Algo entre la rabia, la impotencia y la nostalgia de lo que jamás fue suyo. El tenedor se le resbaló entre los dedos, cayendo al plato con un sonido seco y metálico que rompió el silencio opresivo del comedor.—¿Hasta cuándo, Karina? —La voz grave de su padre resonó como una sentencia desde la
En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales era lo único que rompía el silencio en la lujosa oficina de Adrián Cisneros. La luz tenue de la lámpara de escritorio proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándole a la habitación un aire sombrío, casi lúgubre. Él estaba sentado en su imponente silla de cuero, la mirada fija en la pantalla del ordenador, pero su mente estaba lejos… atrapada en un pasado que nunca lo soltaba del todo.Creció en una casa grande, pero fría. No fría por el clima, sino por la ausencia de calidez. Su padre, Eduardo Cisneros, era un hombre de negocios duro, implacable. Un hombre que medía el valor de las personas por su utilidad. Su madre, Patricia, había sido una presencia casi fantasmagórica, sumisa a los deseos de su esposo, siempre con la mirada perdida y las palabras atrapadas en la garganta.Una cena cualquiera, años atrás…—Los hombres no se quiebran, Adrián —gruñó Eduardo, dejando su copa de vino sobre la mesa con un golpe seco.Adrián, de apenas
El restaurante privado en el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad estaba diseñado para impresionar. Luces tenues, una vista panorámica de la metrópoli iluminada y un ambiente tan refinado que parecía sofocante. Nelly se ajustó el escote de su vestido rojo, cruzando las piernas con despreocupación mientras tamborileaba los dedos contra la mesa de madera oscura.No estaba nerviosa. Estaba furiosa.La habían obligado a estar allí, a encontrarse con un hombre que solo conocía por los medios y que, según su madre, era “una oportunidad que no podía desaprovechar”.Como si ella fuera un negocio.Levantó la copa de vino blanco y bebió un sorbo justo cuando la puerta de la sala privada se abrió.Adrián Cisneros entró sin prisa, con la seguridad de alguien que está acostumbrado a que el mundo se acomode a su voluntad. Su traje negro impecable parecía hecho para complementar su porte rígido y su expresión impasible. Nelly lo escaneó sin ninguna vergüenza, se podía decir que sería muy
La fiesta de compromiso había sido todo un éxito, aunque Nelly tuvo que soportar las críticas sobre su cuerpo. Como siempre, decidió ser una mujer segura de sí misma y no prestar atención a nada.Y justo en ese momento, ya habían pasado los días y la gran boda, preparada en poco tiempo, estaba llevándose a cabo.El sonido del tacón de Nelly resonó en el lujoso pasillo de mármol mientras su madre le arreglaba el velo con manos temblorosas. No era una boda soñada, no había emoción en su corazón, solo una fría sensación de resignación. La tela del vestido, suave y fría contra su piel, se sentía como un sudario. El aroma a flores, dulce e intrusivo, la mareaba.Al otro lado de la puerta, Adrián Cisneros se ajustaba el reloj con su habitual gesto indiferente. Para él, este matrimonio no era más que un contrato que le permitiría mantener la empresa en pie y en sus manos, como se lo prometió a su madre. No tenía intención de enamorarse, ni de ceder un solo espacio de su vida para alguien com
La suite nupcial era un espectáculo de lujo. Alfombras gruesas, muebles elegantes, una cama demasiado grande con sábanas de satén color marfil. Cada rincón destilaba opulencia, como si el dinero pudiera disfrazar la realidad de lo que era: una jaula dorada. Un perfume tenue, mezclado de lavanda y madera pulida, flotaba en el aire, impregnando el espacio con una sensación de calma artificial.Nelly entró primera, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol, un sonido que contrastaba con el pesado silencio que se cernía sobre ellos. Su vestido de novia pesaba como si llevara encima el peso de cada expectativa que su familia había puesto sobre ella.Como un manto invisible de obligaciones que no había pedido. Se detuvo en medio de la habitación y, sin mirar a Adrián, comenzó a quitarse los alfileres del cabello. Las horquillas cayeron una a una sobre la cómoda de madera oscura con un tintineo sordo, como gotas de lluvia, estrellándose contra el suelo.Adrián cerró la puerta detrás de
El amanecer trajo consigo una luz dorada que se filtraba por los ventanales de la mansión Cisneros. Un lugar que, pese a su grandiosidad, se sentía gélido, impersonal. Cada mueble, cada alfombra, cada obra de arte estaba colocado con precisión matemática, sin rastro alguno de calidez.Nelly se despertó con el sonido del silencio.Se estiró en la enorme cama, sintiendo la frialdad de las sábanas de seda. Miró hacia el lado vacío del colchón y rodó los ojos. Por supuesto que Adrián no había dormido allí.El único día que durmieron juntos, fue en su noche de boda y por supuesto que no paso nada. Nelly nunca entendió porque al día siguiente Adrián estaba de mal humor y aunque Nelly se disculpo varias veces de haber sido culpa de ella, el no dejarlo dormir, él seguía sin querer tocar ese tema.Con un suspiro, se levantó, descalza, y caminó hasta el armario. Al abrirlo, se encontró con filas de trajes perfectamente alineados, zapatos lustrados y camisas blancas inmaculadas. Casi parecía qu