La ciudad quedaba atrás lentamente, devorada por la silueta temblorosa del horizonte. En el interior del auto, el silencio era cómodo, apenas interrumpido por la suave música que salía del estéreo y el zumbido constante de los neumáticos sobre el asfalto. Nelly iba en el asiento del copiloto, con la ventana entreabierta. El viento tibio le acariciaba el rostro como una promesa de algo hermoso. El cielo comenzaba a teñirse de un azul más claro, presagio del mar que los esperaba.
Damián dormía en su silla infantil con una paz que le robaba el aliento a su madre. Su boquita entreabierta, el osito de felpa apretado contra el pecho y el leve movimiento de su pecho al respirar lo convertían en un cuadro perfecto.
Adrián mantenía una mano en el volante y la otra descansaba sobre la pierna de Nelly, acariciándola con ternura ausente, como si su piel fuera su brújula. De vez en cuando giraba el rostro hacia ella y sonreía sin decir palabra. No hacía falta. Estaban en ese tipo de amor donde las