El eco de los disparos resonaba por todo el edificio, y las sombras se alargaban en cada rincón, creando un ambiente de tensión palpable. Nicolás Valverde, rodeado de escombros y humo, sintió que la batalla por su vida alcanzaba un nuevo clímax. No había retorno; había cruzado el umbral y el único camino que quedaba era hacia adelante, hacia la confrontación que él mismo había provocado.
Las explosiones seguían retumbando, y cada vez que una nueva detonación sacudía las paredes, la realidad se tornaba más oscura. La adrenalina corría por sus venas mientras contemplaba la escena de caos a su alrededor. Sus hombres luchaban con valentía, pero a medida que el tiempo avanzaba, se volvían cada vez más escasos. La determinación brillaba en sus rostros, pero también la desesperación.
—¡Cúbranse! —gritó Nicolás, levantando su arma y apuntando hacia la entrada principal, donde un grupo de atacantes había logrado abrirse paso—. ¡No dejemos que avancen más!
Los hombres de Nicolás se reagruparon