Nicolás se miró en el espejo, el reflejo devolviéndole una imagen que casi no reconocía. Su rostro endurecido, con sombras profundas bajo los ojos, mostraba el desgaste de las últimas semanas. Las presiones externas lo habían empujado al borde de una decisión definitiva, y finalmente, la sumisión se había convertido en su única opción para sobrevivir en este mundo que lo consumía.
La medianoche había pasado, y con ella, su última oportunidad de permanecer independiente. Ahora, no le quedaba más que inclinarse ante el poder que había intentado desafiar.
“No soy un peón…” se repitió una última vez en un intento de convencerse, pero las palabras sonaban huecas. Se colocó la chaqueta y salió de su departamento hacia el edificio donde se reuniría con sus nuevos “aliados”. La presión en su pecho era sofocante mientras caminaba por las calles oscuras y desiertas, como si el mismo asfalto bajo sus pies fuera un reflejo de su propia alma marchita.
A las afueras de un rascacielos imponente, un