Cindy
Cuando nos acercamos al grupo de no más de 15 personas esparcidas en diferentes bancos, una señora nos vio.
Era una mujer elegante, de cabello perfectamente arreglado, ojos plata y un vestido que gritaba sofisticación. Su mirada se posó en mí inmediatamente, como si hubiera esperado este momento durante años. Sonrió, pero no era una sonrisa común; era una sonrisa que te evaluaba, me miró de arriba abajo sin cohibirse.
—Hijo —dijo la señora con una mezcla de sorpresa y entusiasmo mientras se levantaba de su asiento y avanzaba hacia nosotros, sin importarle que varios ojos se giraran—. ¡No puedo creerlo! Por fin has traído a alguien contigo.
Una chica se giró y ella bajó la voz como si quisiera evitar llamar la atención del resto.
Era un evento privado, lo supe cuando recorrí con la vista y no habían más de 15 personas.
Mi estómago se encogió. Bruno apenas reaccionó; su expresión permaneció dura. Sin embargo, me sentí expuesta bajo la mirada de esa mujer que me evaluaba de