0.27

Cindy

Cuando nos acercamos al grupo de no más de 15 personas esparcidas en diferentes bancos, una señora nos vio.

Era una mujer elegante, de cabello perfectamente arreglado, ojos plata y un vestido que gritaba sofisticación. Su mirada se posó en mí inmediatamente, como si hubiera esperado este momento durante años. Sonrió, pero no era una sonrisa común; era una sonrisa que te evaluaba, me miró de arriba abajo sin cohibirse.

—Hijo —dijo la señora con una mezcla de sorpresa y entusiasmo mientras se levantaba de su asiento y avanzaba hacia nosotros, sin importarle que varios ojos se giraran—. ¡No puedo creerlo! Por fin has traído a alguien contigo.

Una chica se giró y ella bajó la voz como si quisiera evitar llamar la atención del resto.

Era un evento privado, lo supe cuando recorrí con la vista y no habían más de 15 personas.

Mi estómago se encogió. Bruno apenas reaccionó; su expresión permaneció dura. Sin embargo, me sentí expuesta bajo la mirada de esa mujer que me evaluaba de pies a cabeza, sin disimulo alguno. Lo saludó rápido.

—Soy Elena. ¿Y tú eres...? —preguntó, girándose hacia mí con una mirada llena de preguntas, al tiempo que lanzaba una ojeada de soslayo a su hijo.

—Cindy —respondí con mi mejor intento de voz firme, alargando la mano para saludarla.

Ella ignoró mi mano y me abrazó, demasiado rápido para que pudiera asimilarlo. El perfume caro que llevaba me envolvió, mientras su mirada se deslizaba nuevamente hacia su hijo al incorporarse.

—Cindy —repitió ella, saboreando el nombre como si lo estuviera probando por primera vez—. Qué sorpresa tan agradable, mi hijo no suele traer a nadie.

Bruno no dijo nada, pero sentí cómo tensaba la mandíbula junto a mí. Yo me esforcé por mantener la calma, aunque las palabras de su madre parecían cargar un peso implícito que no podía ignorar.

—¿Nos sentamos?, por favor, aquí —señaló ella un banco, con esa sonrisa que no desaparecía mientras hacía un gesto para que cruzáramos primero.

Ella se sentó a mi lado, yo quedando en el centro de ella y Bruno. Él fijaba su vista a lo que decía el sacerdote.

Yo intenté hacer lo mismo hasta que sentí los dedos fríos de su madre tocar mi mano, sus dedos eran suaves y sus gestos delicados. Ella examinó mi mano como si buscara ver algo, luego sin decir nada me hizo un gesto abriendo su palma para que le ofreciera mi otra mano y, también miró mis dedos como si esperara ver algo.

«¿Qué está haciendo?».

Finalmente me sonrió suavemente pero su rostro había adquirido un matiz más apagado que al principio.

Mi corazón no dejaba de tamborear con mucha fuerza. «¿Tengo mal hecha las uñas?».

—¿Qué tal te trata mi hijo? —susurró muy bajo como si buscara que solo lo escuchara yo.

—¿Eh? Bien… —me apresuré a decir.

Mi mente trabajaba rápido, me sentía extraña y agitada.

Cuando el sacerdote pidió a todos que se levantaran para derramar el agua bendita, reconocí a Ivette la chica que vi en la mansión aquel día. El sacerdote finalizó el momento y vi a alguien salir disimuladamente, yo sentí que necesitaba aire, mis nervios eran muchísimos, y ni siquiera entendía porqué. Pero antes de que pudiera moverme, la mano de la madre de Bruno volvió a tocarme, esta vez en el antebrazo, como si quisiera detenerme.

—Querida —susurró—, ¿sabías que este evento me recuerda al día en que bautizamos a Bruno? —No esperó mi respuesta, su mirada se desvió hacia su hijo con una mezcla de nostalgia y algo más, algo afilado—. Era tan pequeño y guapo, pero ya con esa actitud de no necesitar a nadie.

Bruno no respondió. Estaba de pie junto a mí, su postura rígida y su mirada fija al frente, ignorándola por completo.

—Siempre he pensado que algún día, con la mujer correcta, cambiaría de parecer, no me importaría que me diera otro nieto —continuó ella, girándose hacia mí—. ¿Qué opinas tú, Cindy?

El corazón se me aceleró. ¿La pregunta era una trampa?, sentí retortijones en el estómago, sus palabras habían despertado una inquietud en mi, yo, yo… y Bruno no nos estábamos cuidando. Me puse pálida. Rígida. Me mareaba la idea de que Bruno se enojara por eso, jamás hemos hablado de métodos anticonceptivos y jamás he tenido la decencia de pedirle usar preservativos.

Después de que tuve mi periodo me ha dado sexo intenso, y pasional, como el de anoche y está mañana… solo de acordarme siento una corriente por mi espalda.

Miré al frente y me persigne.

«Diosito perdóname por estos pensamientos impuros».

—Eres muy hermosa, Cindy. Mi hijo y tú tendrían hijos preciosos y…

Me tensé mucho, Bruno cortó el aire con su voz baja y firme:

—Mamá, ya basta.

Ella le dio una mirada acusadora como si Bruno le estuviera prohibiendo de algo que para ella es importante

—Es preciosa hijo, me agrada y se ve buena persona —insistió su madre.

—Te estás perdiendo el bautizo de tu nieto —afirmó, pero ella parecía debatirse por un momento en si continuar o no. Pero entonces…

El sacerdote levantó la mano derecha, sosteniendo un crucifijo pequeño. Su voz, grave y pausada, resonó en el templo.

—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hemos dado la bienvenida a este niño al seno de la Iglesia. Que la luz de Cristo guíe siempre su camino y lo mantenga en la gracia de Dios.

Se inclinó hacia el padrino, un hombre de porte imponente que sostenía la vela bautismal encendida.

—Esta vela representa la luz de Cristo, que guiará a este niño durante su vida. Su deber es asegurarse de que esta luz nunca se apague.

El padrino asintió con solemnidad, mientras la madrina, una mujer elegante con un vestido de encaje blanco hueso y joyas discretas pero impresionantes, tocaba suavemente la cabeza del niño con una expresión de ternura controlada.

El sacerdote sonrió levemente, una expresión medida pero cálida, y volvió su atención a todos los presentes.

—Con este sacramento, el niño ha sido purificado y acogido como hijo de Dios. Ahora es parte de nuestra comunidad, y ustedes, su familia, tienen el deber de guiarlo en el camino de la fe, con amor, sabiduría y fortaleza.

Un leve murmullo de aprobación recorrió el grupo, pero nadie rompió el ambiente solemne. El sacerdote se giró hacia el altar, inclinando la cabeza en una breve oración. Después, levantó la vista y anunció:

—El bautizo ha concluido. Que la paz de Cristo esté siempre con ustedes.

Al terminar, un organista invisible comenzó a tocar una melodía suave, rompiendo el silencio con notas solemnes y elegantes. La familia se levantó de los bancos lentamente, algunos intercambiando miradas y sonrisas discretas. Se saludaban mientras salían a la parte del jardín donde mozos impecables se movían en las degustación gourmet que ordenaban, habían instalado mesas y bebidas elegantes mientras se paseaban con bandejas de un lado a otro.

Bruno puso una mano en mi espalda baja mientras caminábamos apenas. Habían varios ojos clavados en mi.

—¡Bruno! —exclamó contenta una mujer a la que reconocí muy bien, ella era la que estaba en su mansión aquel día.

—Ivette Delacroix, la hermana de Bruno —dijo con entusiasmo mientras me daba la mano como si me conociera de toda la vida. Me quedé sorprendida por la calidez de su gesto, pero pronto reaccioné y la saludé.

—Cindy Bellarmy —dije usando mi apellido como hacía ella.

—Un gusto —murmuré, aunque todavía sentía algo extraño en el pecho. Su efusividad contrastaba mucho con la frialdad habitual de Bruno, y me hacía preguntarme si estábamos hablando del mismo hombre.

—¡Bienvenida a la familia! —agregó Ivette con una expresión emocionada. Me quedé helada, sintiendo que el comentario se clavaba en mí como una flecha. ¿Familia?

Giré la cabeza hacia Bruno, buscando algún tipo de negación, alguna palabra que aclarara lo que Ivette acababa de decir, pero él ni siquiera parpadeó. Mantuvo su rostro impasible, como si aquello fuera cierto. Esa actitud me descolocó aún más. ¿Acaso no pensaba aclarar nada?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP