Greeicy, no tenía prisa. Ese día no iría a la universidad ni a la empresa de su padre. Había decidido que la mansión, con su inmensidad solemne y a veces fría, sería el escenario de un día distinto. Un día para ella. Un día para Valentina.
Se levantó despacio, tomó un ligero baño y bajó las escaleras de mármol, escuchando el eco de sus propios pasos. El aroma del café recién hecho llegaba desde la cocina, mezclado con el tenue perfume de las flores frescas que las criadas habían colocado en los floreros del salón principal.
Valentina ya estaba en la sala, en su silla de ruedas, hojeando un libro de ilustraciones con gesto distraído. Al verla, sus ojitos se iluminaron como dos faros en la penumbra.
—¡Greey! —exclamó con una sonrisa que le pintó la cara de alegría.
Greeicy se inclinó para abrazarla y besarle la frente.
—Buenos días, mi cielo. ¿Cómo amaneciste?
—Bien… aunque un poco aburrida.
Greeicy le acarició el cabello, una idea ya brillando en su mente. Miró hacia la gran puerta dob