El campus de la universidad estaba en plena ebullición. Los árboles, vestidos de verde intenso, daban sombra a los estudiantes que caminaban con libros y carpetas bajo el brazo, mientras el aire se llenaba de risas, conversaciones y el murmullo lejano de un grupo que practicaba música en los jardines.
Greeicy acababa de salir de una clase y el sol tibio de la tarde acariciaba su rostro. Caminaba con paso tranquilo, pero un mareo repentino la obligó a detenerse. Se llevó la mano a la frente, intentando respirar hondo. El mundo giraba a su alrededor, los sonidos se volvían lejanos, distorsionados, como si estuviera bajo el agua.
—¿Greeicy? —preguntó una compañera, alarmada.
Antes de poder responder, las piernas de la joven cedieron y su cuerpo cayó suavemente hacia el suelo. Los estudiantes gritaron, corrieron en su dirección.
—¡Ayuda, alguien que llame a emergencias! —se escuchó entre voces asustadas.
Dylan estaba en una reunión de trabajo cuando recibió la llamada. El corazón se le ac