76. La vida tranquila de una universitaria
La Universidad Umbralis no parecía un simple centro académico. Desde lejos, sus torres recortaban el cielo como garras de piedra, y sus vitrales proyectaban colores que no existían en la paleta habitual del día. Había un aire denso alrededor del edificio, como si el tiempo se doblara sobre sí mismo cada vez que se cruzaba su umbral.
Liora cruzó el portón principal justo al filo del amanecer. La bruma se arremolinaba sobre el suelo de adoquines, y el silencio era tan espeso que podía escucharse el leve crujir de las hojas secas siendo arrastradas por la brisa. Sostenía sus libros contra el pecho, los nudillos blancos de tanto apretarlos.
Había aprendido a caminar con naturalidad por esos pasillos antiguos, pero cada día le costaba más fingir. Fingir que esa universidad no estaba viva. Fingir que sus sombras no respiraban.
Subió los escalones de mármol del edificio central. A cada lado, estatuas de sabios observaban en silencio, aunque ella juraría que una de ellas, justo la del filósof