71. El lugar donde no estás
La casa estaba en silencio.
No el tipo de silencio que se agradece, ese que permite leer, pensar o simplemente descansar. Era un silencio espeso, incómodo, como si los muebles, las paredes y hasta el aire supieran que alguien se había ido. No de paseo. No por unos días.
Se había ido de verdad.
Liora cruzó la puerta sin apuro. El polvo se acumulaba en las esquinas, y la cocina aún conservaba el aroma tenue de una infusión de menta seca. Todo seguía en su lugar, como si él fuese a regresar en cualquier momento. Pero ella sabía que no lo haría.
Se detuvo en el umbral del salón.
La mesa de madera, robusta y agrietada por los años, tenía algo que no recordaba haber visto antes. Un papel doblado. Cuidadosamente colocado junto a una piedra lunar, una de las favoritas de Ailén.
Se acercó con lentitud, como si temiera que, al tocarlo, todo desapareciera.
Desplegó la carta.
La reconoció al instante. La letra inclinada, firme, ligeramente temblorosa. La de Raven.
“Liora,
No podía quedarme. Todo