40. Lazos al borde
La cabaña principal de la manada estaba envuelta en un silencio pesado, casi opresivo. El aire parecía cargado de recuerdos recientes, de dolores y de heridas que no solo arañaban la piel sino también el espíritu. La batalla había dejado cicatrices visibles y otras que apenas comenzaban a abrirse en el alma.
Raven se sentó en un rincón oscuro, sus ojos fijos en el suelo de madera gastada, su respiración contenida. La sangre aún manchaba la tela rasgada de su camisa y algunas heridas no terminaban de sanar. La frialdad que lo envolvía era palpable; ya no había lugar para las sonrisas fáciles ni las bromas que solían aliviar las tensiones.
-- No puedo creer que haya pasado tanto tiempo sin que pudiéramos reaccionar a tiempo, -- murmuró Rylan con voz áspera, mientras limpiaba con cuidado una de las heridas de un joven lobo. -- Somos vulnerables.
La voz de Rylan rompió el silencio y, aunque era solo un comentario, caló profundo en el ánimo de todos. Nadie se atrevía a responder; la culpa