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4. Bajo la mirada de la Bruja

Liora Valenhardt

Desde pequeña aprendí a distinguir entre lo que debía decir… y lo que debía callar.

Mi madre, una bruja de la estirpe antigua, me enseñó que las verdades más poderosas no se lanzan al viento. Se protegen, se guardan, se vigilan como si fueran fuego vivo. Tal vez por eso siempre he sido la sombra detrás de Ailén. Su escudo invisible. Su voz no dicha.

Y esta noche… esta noche algo ha cambiado.

Sentí la vibración antes de que sucediera. Una corriente sutil, casi imperceptible para los humanos comunes, me recorrió la columna vertebral como un soplo antiguo. La magia rara vez se manifiesta sin razón. Y esta vez, no era solo magia.

Era destino.

El mismo destino que he intentado evitar desde que supe la verdad sobre Ailén. Desde que leí su nombre en las páginas prohibidas del grimorio familiar. Desde que vi, en sueños rotos y profecías fragmentadas, que su sangre podría despertar la luna roja… o destruirnos a todos.

Ella no lo sabe. No todavía.

Y, por los dioses, ojalá nunca lo sepa.

La vi desde la distancia en la plaza del pueblo. Estaba con Raven. Otra variable que nunca pude controlar. Otro hilo imposible de cortar.

Raven Délacroix. El Alfa oculto. El lobo marcado. El muchacho que todos creen conocer… y que ni siquiera él entiende del todo.

La tensión entre ellos era densa, como el aire antes de una tormenta. Y aunque fingí no mirarlos demasiado, cada fibra mágica en mí estaba alerta. No solo por Ailén. También por él. Porque sé lo que puede pasar si sus caminos se entrelazan más de lo debido.

-- ¿Cuánto tiempo crees que podrás contener esto? -- me preguntó la voz de mi abuela en mi memoria, una de esas frases que se graban a fuego.

No lo sé.

Pero lo intentaré hasta que ya no pueda más.

La noche siguió su curso, pero no pude evitar seguir sus pasos. No como una espía… sino como una guardiana.

Desde que éramos niñas, Ailén siempre brilló con una luz que no entendía. Una mezcla entre fragilidad humana y algo más… algo primitivo y hermoso, como si la vida misma hubiera decidido protegerla.

Ahora sé lo que es. Lo que duerme en su sangre. Lo que podría despertar con solo una chispa de amor o de rabia. Por eso me mantengo cerca. Por eso he aprendido a mentir con una sonrisa y a tragarme mis hechizos.

Pasaron por el callejón donde solíamos escondernos de pequeñas, cuando jugábamos a que el mundo era más simple. Ella reía. Él también, aunque había algo contenido en su mirada. Una sombra. Un anhelo. Un instinto de protección tan feroz que me erizó la piel.

Lo conozco.

Sé cuándo Raven no puede controlar su lobo. Sé cuándo la luna lo toca más de lo normal.

Y esa noche… esa noche la luna era roja. No completamente, pero lo suficiente.

Lo suficiente para despertar memorias antiguas y futuros sellados.

Volví a mi cuarto mucho más tarde de lo normal, con la sensación de que algo había cambiado y que no había vuelta atrás. Coloqué el grimorio sobre la cama, abrí las páginas donde la tinta ya casi se borraba y leí las líneas que juré no volver a pronunciar.

“Cuando el beso de la luna roja se pose sobre el alma marcada, el lobo y la sangre sagrada hallarán su reflejo… o su ruina.”

No decía nombres. Pero no necesitaba leerlos. Los conozco. Los amo.

Y me duele saber que, tal vez, amar no será suficiente.

Porque si Ailén se enamora de Raven… si el vínculo se forma… si la luna los reclama...

Entonces la maldición dormida podría resurgir.

O podría salvarnos a todos.

Y lo peor es que no lo sabré hasta que ya sea demasiado tarde.

Me acosté en la cama, abrazando mi almohada como si eso pudiera alejar la culpa que me consume. He vivido con secretos durante tanto tiempo que ya no sé cómo suena la verdad.

No sé cuánto más podré cargar sola.

No sé si algún día podré decirles todo.

Pero lo que sí sé… es que, si algo les ocurre, si la profecía se activa, si el mundo se vuelve contra ellos… yo estaré allí.

Porque antes que hechicera, soy su amiga. Y las amigas luchan, aunque estén destinadas a perder.

-- Estás pensativa -- dijo una voz familiar al día siguiente, mientras caminábamos por el sendero del bosque que lleva al lago.

Era Raven.

A veces me olvido de lo mucho que ve.

-- Solo cansada -- respondí, sin mirarlo.

-- Lo noté anoche -- dijo él. -- Estabas cerca, aunque intentaste no hacer ruido. --

-- Siempre estoy cerca -- murmuré. -- Porque alguien tiene que estarlo. --

Nos detuvimos. Por un momento no hubo palabras, solo el viento moviendo las hojas, los pájaros en la distancia, y esa tensión antigua entre nosotros. Una que nunca ha sido romántica, pero sí profunda.

Una alianza de secretos. De cargas compartidas sin decirlo.

-- ¿Tú también la sientes? -- preguntó él de pronto.

-- ¿La qué? -- fingí ignorancia.

-- La conexión con ella. Algo cambió, ¿verdad? --

Lo miré. Por un segundo, deseé poder mentir. Pero no pude.

-- Sí -- dije al fin. -- Y es solo el comienzo.

Esa noche, mientras Ailén dormía, yo velé su sueño desde la ventana. El reflejo de la luna roja empezaba a teñir el cielo.

No era completa. Aún no.

Pero pronto lo sería.

Y cuando eso ocurriera…

Todo cambiaría.

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