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5. Entre la Sangre y la Luna

La noche aún se aferraba al cielo de Umbra Noctis con dedos de sombra, cubriendo el bosque con un velo denso y plateado. Las estrellas parecían haberse retraído, cediendo todo el protagonismo a la Luna Roja, que brillaba sobre la arboleda con un fulgor inquietante. Un aire húmedo y expectante lo envolvía todo, como si la tierra contuviera el aliento.

Ailén caminaba por el sendero de tierra apisonada que bordeaba el bosque. Su paso era lento, inseguro, como si temiera que el suelo cediera bajo sus pies. Llevaba la chaqueta de lana cruzada sobre el pecho, pero no era el frío lo que la hacía temblar.

Pensaba en Raven. En su mirada profunda y distante, en cómo sus palabras parecían siempre contener un significado oculto. Había algo en él que la perturbaba, algo que no sabía si temer o buscar con desesperación. Sentía ese extraño calor bajo la piel cada vez que él estaba cerca, como si una corriente eléctrica invisible los uniera.

-- ¿Por qué te siento así? -- susurró para sí, apretando las manos en los bolsillos. -- ¿Por qué solo contigo…? --

Pero no obtuvo respuesta. Solo el susurro del viento entre los árboles, como una voz antigua que aún no se decidía a hablar claro.

No muy lejos de allí, en la misma dirección, Liora caminaba con pasos firmes. No necesitaba una linterna; sus sentidos la guiaban. Sentía a Ailén. La había seguido, preocupada desde que notó que su amiga no dormía bien desde hace días. Había algo diferente en el aire... y lo que la inquietaba no era solo la Luna Roja. Era el vínculo. Lo sentía vibrar con más fuerza que nunca.

-- Está despertando -- murmuró para sí. -- Y ni ella ni él lo comprenden todavía... maldita profecía. --

No tardó en verla a lo lejos. Ailén se detuvo cerca del claro donde tiempo atrás jugaban de niñas. Ese lugar ahora parecía un altar sagrado, con la luz de la luna tiñendo de carmesí las hojas, como si la naturaleza también estuviera pendiente de cada gesto.

Raven ya estaba allí.

Ailén no lo había notado aún, pero él se mantenía oculto entre los árboles, la silueta de su cuerpo fundiéndose con las sombras. Sus ojos, dorados por el influjo de la luna, la observaban. No sabía por qué había terminado en ese claro. No sabía por qué la seguía con tanta frecuencia últimamente, ni por qué ese deseo tan primitivo de protegerla rugía dentro de él.

¿Era la Luna Roja?

¿O era simplemente ella?

Ailén dio unos pasos más hacia el centro del claro, respirando hondo, como si el aire de ese lugar la calmara y doliera al mismo tiempo.

-- Siempre vuelvo aquí -- dijo al aire, sin saber que era escuchada. -- Es como si algo... o alguien me llamara. ¿Estás aquí, mamá? --

Raven dio un paso sin querer. Una ramita crujió bajo su bota.

Ailén giró bruscamente.

-- ¿Quién está ahí? --

-- Soy yo -- dijo Raven, saliendo a la luz. Su voz era grave, templada por algo que no era del todo humano.

-- ¿Raven...? Me asustaste -- dijo, llevándose una mano al pecho.

-- No era mi intención. Pensé que... necesitabas estar sola, pero me preocupaste.

Ailén bajó la mirada, sintiendo ese calor extraño que solo él provocaba. Su voz, sus ojos, su presencia... todo él la removía por dentro.

-- No sabía que tú también venías aquí -- murmuró.

-- Solo en noches como esta -- respondió él, sin apartar los ojos de ella. -- La luna... tiene algo que me atrae.

-- ¿La Luna Roja? -- preguntó Ailén, sintiendo un escalofrío. -- Últimamente sueño con ella. Con fuego. Con gritos. Y siempre... estás tú. No entiendo nada. --

Raven no respondió de inmediato. La mención de los sueños lo sacudió. ¿También ella los tenía? ¿Era posible que la conexión ya estuviera despierta, aunque ninguno de los dos lo comprendiera?

-- Los sueños... a veces son advertencias -- dijo al fin, suavemente. -- O recuerdos de lo que no queremos ver.

-- ¿Y tú qué no quieres ver, Raven? --

Él bajó la mirada por un instante, y luego dio un paso más hacia ella. El aire entre ambos se volvió denso, cargado de algo antiguo, sagrado y salvaje.

-- A veces... no es cuestión de querer. Es cuestión de lo que ya está escrito. --

Ailén sintió una punzada en el pecho. No sabía por qué, pero esa frase le dolió.

Desde detrás de los árboles, Liora lo observaba todo. No con celos, no con ira. Sino con temor. Sabía lo que estaba en juego. Sabía que si la Luna Roja seguía despertando el vínculo entre ellos, el equilibrio que tanto habían intentado mantener se rompería.

Y con ello... podría llegar el fin.

Pero no podía intervenir. No aún.

-- Por favor... no te enamores de él, Ailén -- murmuró para sí, sabiendo lo inútil que era ese deseo.

Porque Ailén ya lo estaba.

Y Raven también.

Y la Luna Roja... los estaba marcando con cada latido.

Raven no supo en qué momento acortó la distancia entre ambos. Solo se dio cuenta cuando el aliento de Ailén rozó su rostro y el latido en sus sienes retumbó como un tambor de guerra. Podía sentirla. Su energía. Su esencia. Como un perfume antiguo que conocía desde antes de tener conciencia.

Ailén también lo sintió. Una especie de vértigo, de conexión inexplicable, la envolvió por completo. Era como si el universo entero se hubiera reducido a ese instante. A ese claro. A ese hombre frente a ella. No entendía por qué sentía ganas de llorar, o de abrazarlo, o de huir. Todo al mismo tiempo.

-- ¿Qué me pasa contigo, Raven? -- preguntó con un hilo de voz, sin apartar los ojos de los suyos. -- Siento como si te conociera desde siempre… pero también como si hubiera algo en ti que debo temer. --

Raven tragó saliva. ¿Cómo decirle que no estaba equivocada? Que sí, lo conocía desde siempre… aunque no en esta vida. Que su vínculo iba más allá de cualquier lógica. Que eran parte de una antigua promesa tejida bajo la Luna Roja.

Pero no podía. No todavía.

-- No tienes que temerme -- dijo en voz baja. -- Nunca lo harías. --

Ailén frunció el ceño, confundida. Y por primera vez en mucho tiempo, vio algo en Raven que la desarmó: vulnerabilidad.

-- Entonces… ¿qué es esto? ¿Por qué cuando sueño contigo, siento que estás sufriendo? ¿Por qué siento que te estoy perdiendo… aunque estés aquí? --

Las palabras la sorprendieron a ella misma. Habían salido sin filtro. Pero eran verdad. Sentía esa pérdida en el alma desde que era niña. Como si algo la hubiese separado de él antes de tiempo.

Raven desvió la mirada, con el rostro endurecido.

-- Hay cosas que no puedo explicarte aún. Pero lo haré. Cuando llegue el momento. --

-- ¿Y si ese momento nunca llega? -- replicó ella, dolida.

Él la miró entonces, y por un segundo, sus ojos brillaron con un fulgor dorado que no era humano.

-- Llegará. Te lo juro. --

Y entonces ocurrió. Un crujido en los arbustos. Una presencia. Ambos giraron instintivamente, tensos. Ailén no vio nada. Pero Raven sí.

Un lobo, de pelaje negro como la medianoche, los observaba desde la penumbra. Sus ojos eran de un azul intenso. Liora. En su forma verdadera. Había llegado más cerca de lo que pretendía. Raven le dirigió una mirada silenciosa. Un aviso. Y ella, comprendiendo, se desvaneció entre los árboles.

Ailén lo notó.

-- ¿Lo viste? -- murmuró, buscando entre las sombras.

-- Solo un animal del bosque -- dijo él, suave. -- Nada que temer. --

Ella asintió, aunque algo en su pecho no se calmaba.

Después de unos segundos de silencio, se sentó sobre una piedra musgosa en el centro del claro. Raven se quedó de pie, como un guardián.

-- A veces siento que estoy hecha de piezas que no encajan -- confesó Ailén, con la mirada baja. -- Como si me hubieran armado con retazos de una historia que no es mía. ¿Alguna vez te sentiste así? --

Raven se acercó lentamente y se agachó frente a ella.

-- Todo el tiempo -- dijo. -- Pero quizás... estamos hechos de muchas vidas. No solo de esta. --

Ella lo miró, sin saber si lo decía en serio.

-- ¿Crees en esas cosas? ¿En el destino? --

-- En ti, sí. --

Y entonces, por un segundo eterno, se miraron como si todo el mundo hubiese desaparecido. Como si la luna, los árboles, el tiempo... se hubieran congelado solo para ellos.

Pero el momento se rompió.

Un viento helado sopló con violencia, haciendo crujir las ramas. Ailén se estremeció.

-- Deberíamos volver -- murmuró.

-- Sí -- dijo él, aunque su voz era un suspiro de algo que no quería terminar.

Caminaron juntos de regreso, sin tocarse, pero sintiéndose. Cada paso era una confesión no dicha. Cada mirada, una promesa no pronunciada.

Y entre los árboles, muy lejos ya del claro, Liora los observaba desde su forma humana, envuelta en su capa.

-- Ya no puedo detenerlo -- murmuró. -- El lazo está despierto. Y cuando la luna se vuelva sangre por segunda vez… ninguno de los tres será el mismo. --

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