Raven Délacroix
Había aprendido a convivir con el peso de lo que soy. Lo había aceptado desde que tengo memoria, como una segunda piel, como una sombra que jamás me abandona. Pero esta noche... esta noche todo ardía distinto bajo mi piel.
La luna no era plena, pero su luz atravesaba el follaje con un filo casi profético. Había algo en el aire, un susurro antiguo, un presagio, quizás. Y yo lo sentía en los huesos.
Me detuve en la loma que bordeaba la ciudad. Desde allí podía ver las luces mortecinas que titilaban entre los edificios, como luciérnagas atrapadas en jaulas de concreto. Mi respiración era lenta, medida, aunque por dentro todo se revolvía. Cada paso que daba hacia ese lugar donde sabía que estaría ella era una traición a la calma que fingía tener.
Ailén.
Su nombre sabía a tormenta en mi mente.
Había pasado toda una vida conviviendo con ella sin dejar que mis secretos rozaran su mundo. Ella, tan brillante, tan humana. Tan ignorante de las sombras que la rodeaban.
-- ¿Por qué hoy? -- murmuré en voz baja, al viento, sabiendo que no habría respuesta.
No era como si no la hubiese visto otras veces. Nos conocíamos desde niños. Habíamos crecido entre las mismas calles, compartido risas, juegos, silencios. Y sin embargo, nunca la había sentido como esta noche.
Había algo... distinto. Algo ancestral que se alzaba dentro de mí cada vez que su aroma se filtraba en el aire. No era solo deseo. No era solo protección. Era algo más profundo, más primitivo. Algo que el lobo reconocía antes que mi propia conciencia.
La conocía. O eso pensaba. Hasta que comenzó a mirarme como si esperara algo más. Como si supiera que detrás de mis ojos había algo que no podía nombrar.
Esa idea me perseguía.
Avancé con cautela hacia el parque, ese mismo lugar donde solíamos pasar tardes sin importancia. Mis pasos eran silenciosos, entrenados. El lobo dentro de mí estaba en alerta, acechando sin razón aparente. O quizás, con toda la razón del mundo.
Fue entonces que la vi.
De espaldas, sola bajo la farola temblorosa que parpadeaba como si advirtiera que algo iba a romperse.
Y entonces sucedió.
El aire cambió.
Mi pecho se tensó.
Sus hombros se encogieron levemente, como si me hubiese sentido antes de verme. Esa sensibilidad siempre me desconcertó. Como si, sin saberlo, su alma pudiera tocar la mía incluso antes de que yo me acercara.
-- Ailén -- susurré, más para mí que para ella.
Ella giró lentamente. Su rostro bañado por la luz de la luna tenía algo sagrado. Y cuando sus ojos encontraron los míos, algo dentro de mí se quebró y se reconstruyó al mismo tiempo.
-- Hola, Raven -- dijo, y esa voz, tan suave, tan conocida, me golpeó como un recuerdo que se aferra al pecho.
-- No deberías estar sola tan tarde -- respondí, manteniendo mi tono neutral, aunque mis sentidos estaban desbordados.
Ella sonrió, pero era una sonrisa rota, cansada.
-- No pude dormir... necesitaba respirar. --
-- Hay mejores lugares para hacerlo que este parque olvidado -- respondí, cruzando los brazos para evitar que mis manos temblaran.
Ella bajó la mirada, como si en mi advertencia hubiera algo más que preocupación. Tal vez ya lo intuía. Tal vez sentía, como yo, que algo había cambiado.
-- Tú tampoco puedes dormir, ¿verdad? -- preguntó de pronto, alzando la vista, como si buscara una respuesta más allá de las palabras.
-- No desde hace días -- confesé.
Y era verdad. La inquietud había comenzado hace semanas. Algo en el aire, en la energía del mundo, me alertaba. Y siempre que la veía, esa tensión se intensificaba.
Me acerqué un paso más. Su olor me envolvió. Era dulce y fresco, como el amanecer después de la lluvia. Pero también tenía algo más... una nota subterránea que no lograba identificar.
El lobo dentro de mí gruñó bajo, no por amenaza, sino por reconocimiento.
Ella era distinta.
Siempre lo había sido. Pero ahora... ahora su esencia vibraba de un modo que desafiaba toda lógica.
-- ¿Estás bien? -- pregunté, queriendo tocar su brazo, deteniéndome justo antes. Ella asintió, pero fue un gesto mecánico.
-- No lo sé. Últimamente tengo sueños raros. Siento cosas. Como si algo en mí... despertara.
Su voz tembló al final. Y no supe si era por miedo, confusión o ambas.
Quise decirle que se alejara. Que corriera. Que no siguiera sintiendo eso. Porque si yo lo sentía, otros también lo harían. Y no todos los que viven en las sombras desean protegerla como yo.
Pero no lo hice.
-- Puede que solo estés creciendo -- murmuré.
Ella rio sin alegría.
-- Tengo veintiún años, Raven. No es eso. --
Guardamos silencio. Un silencio denso, que lo decía todo.
Y entonces sucedió. De nuevo.
Un crujido entre los arbustos. Débil. Pero suficiente.
Me puse delante suyo en un parpadeo. Mi instinto me gritaba que protegiera, que defendiera. Mis sentidos se expandieron, rastreando todo.
Nada.
Solo el viento.
Pero lo había sentido. Y no estaba solo.
Ella me miró, sorprendida por mi reacción.
-- ¿Qué fue eso? --
-- Un gato. Tal vez. O un mapache -- mentí.
Ella no respondió. Pero vi en sus ojos que lo había sentido también.
El vínculo.
Ese hilo invisible que parecía fortalecerse cada vez que nos encontrábamos.
Una parte de mí quería revelarle todo. Decirle que el mundo no era lo que creía. Que yo no era solo el chico que conocía desde la infancia. Pero otra parte… la parte que aún era Alpha… sabía que era un error.
No todavía.
No mientras su alma brillara con una fuerza que ni ella entendía.
-- ¿Alguna vez sentiste que estabas destinada a algo más? -- preguntó de pronto, bajando la mirada.
-- A veces. Pero no todo destino es una bendición -- dije, casi sin pensarlo.
Ella me miró entonces, con una intensidad que me dejó inmóvil.
-- ¿Y si ese destino fuera una maldición? --
Me dolió escuchar eso. Porque no sabía si hablaba de sí misma… o de mí.
La observé en silencio, como si mi silencio pudiera protegerla.
Me alejé lentamente, no sin antes mirar una vez más su rostro.
-- Deberías volver a casa -- dije con voz más grave de lo que pretendía.
Ella asintió.
-- Tú también, Alpha -- murmuró en tono de broma, sin saber cuán cerca estaba de la verdad.
Tragué en seco. No lo sabía. Ailén no lo sabía. Ni de mí. Ni de Liora. Ni del mundo que vibraba bajo la piel del suyo.
Y, sin embargo, su alma tocaba cosas que ningún humano debía tocar.
La observé alejarse.
Cuando se perdió entre los árboles, el silencio volvió.
Pero ya no era el mismo.
Algo había despertado.
Y esta vez… no iba a volver a dormir.
Liora ValenhardtDesde pequeña aprendí a distinguir entre lo que debía decir… y lo que debía callar.Mi madre, una bruja de la estirpe antigua, me enseñó que las verdades más poderosas no se lanzan al viento. Se protegen, se guardan, se vigilan como si fueran fuego vivo. Tal vez por eso siempre he sido la sombra detrás de Ailén. Su escudo invisible. Su voz no dicha.Y esta noche… esta noche algo ha cambiado.Sentí la vibración antes de que sucediera. Una corriente sutil, casi imperceptible para los humanos comunes, me recorrió la columna vertebral como un soplo antiguo. La magia rara vez se manifiesta sin razón. Y esta vez, no era solo magia.Era destino.El mismo destino que he intentado evitar desde que supe la verdad sobre Ailén. Desde que leí su nombre en las páginas prohibidas del grimorio familiar. Desde que vi, en sueños rotos y profecías fragmentadas, que su sangre podría despertar la luna roja… o destruirnos a todos.Ella no lo sabe. No todavía.Y, por los dioses, ojalá nunca
La noche aún se aferraba al cielo de Umbra Noctis con dedos de sombra, cubriendo el bosque con un velo denso y plateado. Las estrellas parecían haberse retraído, cediendo todo el protagonismo a la Luna Roja, que brillaba sobre la arboleda con un fulgor inquietante. Un aire húmedo y expectante lo envolvía todo, como si la tierra contuviera el aliento.Ailén caminaba por el sendero de tierra apisonada que bordeaba el bosque. Su paso era lento, inseguro, como si temiera que el suelo cediera bajo sus pies. Llevaba la chaqueta de lana cruzada sobre el pecho, pero no era el frío lo que la hacía temblar.Pensaba en Raven. En su mirada profunda y distante, en cómo sus palabras parecían siempre contener un significado oculto. Había algo en él que la perturbaba, algo que no sabía si temer o buscar con desesperación. Sentía ese extraño calor bajo la piel cada vez que él estaba cerca, como si una corriente eléctrica invisible los uniera.-- ¿Por qué te siento así? -- susurró para sí, apretando la
La Luna Roja brillaba en el cielo de Umbra Noctis con una intensidad inquietante. Su luz teñía de rojo los horizontes, y las sombras parecían alargarse más allá de la realidad misma. En el corazón de la oscuridad, la Torre del Ocaso se erguía, como un faro solitario y olvidado por el tiempo. Nadie se atrevía a acercarse a sus muros ennegrecidos, ni siquiera las criaturas más valientes de los clanes. La torre estaba maldita, marcada por siglos de secretos no revelados.Pero para Liora, el peligro no era suficiente para disuadirla. Con cada paso que daba hacia la torre, sentía que algo dentro de ella despertaba. Había llegado a un punto en el que las respuestas que tanto había buscado parecían estar más allá de su alcance, ocultas en lo más profundo de ese lugar prohibido.-- Este es el lugar, lo sé... -- se dijo a sí misma, casi como un susurro, al ver cómo la torre se alzaba ante ella con una presencia casi palpable.El viento gélido de la noche parecía susurrar advertencias, pero Lio
La noche no caía en Umbra Noctis. Se desplegaba. Como una sombra que se arrastra por los huesos del bosque, como una promesa envenenada. En medio de la espesura, Raven avanzaba sin hacer ruido, cada pisada calculada, cada músculo alerta. Bajo la tenue luz de una luna encapotada, su silueta parecía más bestia que hombre.La manada lo esperaba en el claro del sur, donde los árboles formaban un círculo natural, tan antiguo como el juramento que los unía. El aire olía a tierra mojada, a savia rota, a poder contenido. Kael, su beta, ya estaba allí. Detrás de él, los más jóvenes murmuraban entre sí, impacientes, nerviosos.-- Estamos al borde, Alpha. Lo sientes, ¿verdad? --Raven no respondió. No con palabras.Cerró los ojos. Sintió el latido de la tierra bajo sus pies, los susurros de los espíritus del bosque rozando sus pensamientos. La Luna Roja aún no había ascendido, pero su presencia era un temblor en la sangre. Lo reconocía por el sabor metálico en su boca, por la tensión en su nuca,
La noche era más densa que nunca. El aire, impregnado de humedad, parecía pesar sobre el alma de Raven como una carga invisible. Avanzó entre los árboles, los ojos clavados en la figura que se deslizaba en la penumbra. No la veía con claridad, pero la sentía. Era como una sombra viva, un susurro del destino que había estado aguardando pacientemente en los márgenes de su vida.El viento traía consigo un aroma extraño, algo antiguo y familiar, como si el bosque mismo estuviera respirando sus secretos. Las hojas crujían suavemente bajo sus botas, y su respiración era la única cosa que rompía el silencio sepulcral.La figura avanzaba con una gracia perturbadora, moviéndose entre los troncos como si fuera parte de la misma oscuridad que la envolvía. No podía ver su rostro, pero el aire que la rodeaba parecía vibrar, lleno de una tensión casi palpable. No era una presencia amigable, ni humana. Raven lo sabía.Su corazón latió más rápido, no por miedo, sino por la certeza de que algo trascen
El campus universitario de Umbra Noctis se encontraba en su apogeo aquella mañana. Los estudiantes se apresuraban entre los edificios, intercambiando bromas y risas mientras las primeras luces del día iluminaban los árboles que rodeaban el campus. Ailén, Raven y Liora caminaban juntos, disfrutando de la tranquilidad antes de que las clases comenzaran.Ailén, con su mochila colgada sobre el hombro, observaba con atención todo lo que la rodeaba. A pesar de que su vida había estado marcada por secretos y oscuridad, el ambiente universitario le ofrecía una sensación de normalidad. Se sentía conectada con la humanidad común, alejada de las tensiones sobrenaturales que la acechaban.Raven, por su parte, caminaba cerca de ella, siempre alerta. Su rol como Alpha de la manada lo mantenía en un estado constante de vigilancia, pero también sentía que cada vez que estaba cerca de Ailén, algo dentro de él se calmaba. Había algo en ella que lo ataba de forma inexplicable, y su instinto le decía que
El viento soplaba con una crudeza inusual esa noche, arrastrando consigo el murmullo de las hojas secas que crujían bajo las botas de Raven. La luna, apenas una franja delgada entre las nubes, parecía observarlo con una mirada esquiva. A lo lejos, las luces del campus universitario parpadeaban como faroles en medio del mar, pero él ya se había internado demasiado en la espesura del bosque como para regresar.Su respiración era controlada, apenas un susurro entre los árboles. Su oído, agudo incluso en forma humana, captaba el leve crujir de ramas que no deberían haberse movido. Estaba siendo seguido. Lo sabía. Lo sentía.La manada había sido clara: los signos eran demasiado evidentes para ignorarlos. Olores ajenos, huellas deformadas, energía densa entre los árboles. Alguien había llegado a Umbra Noctis. Y no eran bienvenidos.-- ¿Qué buscas aquí? -- murmuró Raven, su voz apenas más fuerte que el viento, dirigiéndose al vacío de la arboleda.Silencio.Luego, una figura emergió de entre
La luz suave de la mañana se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación de Ailén con una calidez tranquila. Sin embargo, esa sensación de calma fue quebrada por un sonido inesperado: la ventana de su habitación se abrió de golpe, dejando entrar un aire fresco y un susurro en el viento.Raven apareció de repente, como si la realidad misma le hubiera permitido atravesar los límites de lo imposible. Se deslizó dentro de la habitación como una sombra, y antes de que Ailén pudiera reaccionar, él ya estaba a su lado, observándola con una mirada cargada de misterio.-- Te preocupas mucho por mí, ¿verdad? -- dijo Ailén, aún medio adormilada, con una sonrisa irónica en los labios.-- Solo me aseguraba de que tu noche no fuera demasiado solitaria -- respondió Raven, una leve sonrisa cruzando su rostro. No podía negar que sentía una necesidad de protegerla, de estar cerca. Algo dentro de él se despertaba cada vez que la veía, y aunque no entendía del todo qué era, no podía ignor