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3. Bajo la mirada del Alpha

Raven Délacroix

Había aprendido a convivir con el peso de lo que soy. Lo había aceptado desde que tengo memoria, como una segunda piel, como una sombra que jamás me abandona. Pero esta noche... esta noche todo ardía distinto bajo mi piel.

La luna no era plena, pero su luz atravesaba el follaje con un filo casi profético. Había algo en el aire, un susurro antiguo, un presagio, quizás. Y yo lo sentía en los huesos.

Me detuve en la loma que bordeaba la ciudad. Desde allí podía ver las luces mortecinas que titilaban entre los edificios, como luciérnagas atrapadas en jaulas de concreto. Mi respiración era lenta, medida, aunque por dentro todo se revolvía. Cada paso que daba hacia ese lugar donde sabía que estaría ella era una traición a la calma que fingía tener.

Ailén.

Su nombre sabía a tormenta en mi mente.

Había pasado toda una vida conviviendo con ella sin dejar que mis secretos rozaran su mundo. Ella, tan brillante, tan humana. Tan ignorante de las sombras que la rodeaban.

-- ¿Por qué hoy? -- murmuré en voz baja, al viento, sabiendo que no habría respuesta.

No era como si no la hubiese visto otras veces. Nos conocíamos desde niños. Habíamos crecido entre las mismas calles, compartido risas, juegos, silencios. Y sin embargo, nunca la había sentido como esta noche.

Había algo... distinto. Algo ancestral que se alzaba dentro de mí cada vez que su aroma se filtraba en el aire. No era solo deseo. No era solo protección. Era algo más profundo, más primitivo. Algo que el lobo reconocía antes que mi propia conciencia.

La conocía. O eso pensaba. Hasta que comenzó a mirarme como si esperara algo más. Como si supiera que detrás de mis ojos había algo que no podía nombrar.

Esa idea me perseguía.

Avancé con cautela hacia el parque, ese mismo lugar donde solíamos pasar tardes sin importancia. Mis pasos eran silenciosos, entrenados. El lobo dentro de mí estaba en alerta, acechando sin razón aparente. O quizás, con toda la razón del mundo.

Fue entonces que la vi.

De espaldas, sola bajo la farola temblorosa que parpadeaba como si advirtiera que algo iba a romperse.

Y entonces sucedió.

El aire cambió.

Mi pecho se tensó.

Sus hombros se encogieron levemente, como si me hubiese sentido antes de verme. Esa sensibilidad siempre me desconcertó. Como si, sin saberlo, su alma pudiera tocar la mía incluso antes de que yo me acercara.

-- Ailén -- susurré, más para mí que para ella.

Ella giró lentamente. Su rostro bañado por la luz de la luna tenía algo sagrado. Y cuando sus ojos encontraron los míos, algo dentro de mí se quebró y se reconstruyó al mismo tiempo.

-- Hola, Raven -- dijo, y esa voz, tan suave, tan conocida, me golpeó como un recuerdo que se aferra al pecho.

-- No deberías estar sola tan tarde -- respondí, manteniendo mi tono neutral, aunque mis sentidos estaban desbordados.

Ella sonrió, pero era una sonrisa rota, cansada.

-- No pude dormir... necesitaba respirar. --

-- Hay mejores lugares para hacerlo que este parque olvidado -- respondí, cruzando los brazos para evitar que mis manos temblaran.

Ella bajó la mirada, como si en mi advertencia hubiera algo más que preocupación. Tal vez ya lo intuía. Tal vez sentía, como yo, que algo había cambiado.

-- Tú tampoco puedes dormir, ¿verdad? -- preguntó de pronto, alzando la vista, como si buscara una respuesta más allá de las palabras.

-- No desde hace días -- confesé.

Y era verdad. La inquietud había comenzado hace semanas. Algo en el aire, en la energía del mundo, me alertaba. Y siempre que la veía, esa tensión se intensificaba.

Me acerqué un paso más. Su olor me envolvió. Era dulce y fresco, como el amanecer después de la lluvia. Pero también tenía algo más... una nota subterránea que no lograba identificar.

El lobo dentro de mí gruñó bajo, no por amenaza, sino por reconocimiento.

Ella era distinta.

Siempre lo había sido. Pero ahora... ahora su esencia vibraba de un modo que desafiaba toda lógica.

-- ¿Estás bien? -- pregunté, queriendo tocar su brazo, deteniéndome justo antes. Ella asintió, pero fue un gesto mecánico.

-- No lo sé. Últimamente tengo sueños raros. Siento cosas. Como si algo en mí... despertara.

Su voz tembló al final. Y no supe si era por miedo, confusión o ambas.

Quise decirle que se alejara. Que corriera. Que no siguiera sintiendo eso. Porque si yo lo sentía, otros también lo harían. Y no todos los que viven en las sombras desean protegerla como yo.

Pero no lo hice.

-- Puede que solo estés creciendo -- murmuré.

Ella rio sin alegría.

-- Tengo veintiún años, Raven. No es eso. --

Guardamos silencio. Un silencio denso, que lo decía todo.

Y entonces sucedió. De nuevo.

Un crujido entre los arbustos. Débil. Pero suficiente.

Me puse delante suyo en un parpadeo. Mi instinto me gritaba que protegiera, que defendiera. Mis sentidos se expandieron, rastreando todo.

Nada.

Solo el viento.

Pero lo había sentido. Y no estaba solo.

Ella me miró, sorprendida por mi reacción.

-- ¿Qué fue eso? --

-- Un gato. Tal vez. O un mapache -- mentí.

Ella no respondió. Pero vi en sus ojos que lo había sentido también.

El vínculo.

Ese hilo invisible que parecía fortalecerse cada vez que nos encontrábamos.

Una parte de mí quería revelarle todo. Decirle que el mundo no era lo que creía. Que yo no era solo el chico que conocía desde la infancia. Pero otra parte… la parte que aún era Alpha… sabía que era un error.

No todavía.

No mientras su alma brillara con una fuerza que ni ella entendía.

-- ¿Alguna vez sentiste que estabas destinada a algo más? -- preguntó de pronto, bajando la mirada.

-- A veces. Pero no todo destino es una bendición -- dije, casi sin pensarlo.

Ella me miró entonces, con una intensidad que me dejó inmóvil.

-- ¿Y si ese destino fuera una maldición? --

Me dolió escuchar eso. Porque no sabía si hablaba de sí misma… o de mí.

La observé en silencio, como si mi silencio pudiera protegerla.

Me alejé lentamente, no sin antes mirar una vez más su rostro.

-- Deberías volver a casa -- dije con voz más grave de lo que pretendía.

Ella asintió.

-- Tú también, Alpha -- murmuró en tono de broma, sin saber cuán cerca estaba de la verdad.

Tragué en seco. No lo sabía. Ailén no lo sabía. Ni de mí. Ni de Liora. Ni del mundo que vibraba bajo la piel del suyo.

Y, sin embargo, su alma tocaba cosas que ningún humano debía tocar.

La observé alejarse.

Cuando se perdió entre los árboles, el silencio volvió.

Pero ya no era el mismo.

Algo había despertado.

Y esta vez… no iba a volver a dormir.

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