En la actualidad…
Ailén Moreau
Desde que tengo memoria, siempre supe que había algo... distinto en mí. No era algo que pudiera señalar frente al espejo o explicar con palabras claras. Era una sensación persistente, como un murmullo en el fondo de mi alma, una vibración leve pero constante, como si el mundo, tal y como lo conocía, escondiera un velo que solo yo intuía, aunque nunca pudiera levantarlo.
Mi infancia fue, a ojos de cualquiera, perfectamente normal. Crecí en un pequeño pueblo rodeado de bosques y ríos, un lugar donde cada rostro era familiar y cada secreto, compartido en susurros entre vecinos. Mis padres, Lissette y Gérard Moreau, eran personas amorosas pero discretas, como si siempre llevaran el peso de historias no contadas en sus miradas. Nunca me prohibieron explorar, pero sus advertencias siempre tenían un tono de gravedad que me dejaba más preguntas que respuestas.
Yo siempre tan pequeña y curiosa, pasaba las tardes corriendo entre los árboles, recogiendo hojas extrañas y persiguiendo mariposas junto a Raven y Liora, mis inseparables compañeros de aventuras. Éramos un trío inseparable, unidos por la inocencia de la niñez, sin saber que los lazos que formábamos entonces estaban destinados a soportar mucho más de lo que podíamos imaginar.
Raven era el más silencioso de los tres. De cabellos negros como la noche sin estrellas y ojos grises que parecían ver más allá de la superficie, siempre parecía estar en guardia, como si luchara contra un enemigo invisible que sólo él podía sentir. Liora, en cambio, era una fuerza de la naturaleza: impulsiva, alegre, protectora. Su cabello cobrizo ardía bajo el sol, y su risa era un eco constante en nuestros días de infancia.
Yo... bueno, yo siempre fui la soñadora. La que veía figuras en las sombras, la que escuchaba melodías en el viento. La que, en las noches de luna llena, sentía cómo el corazón le latía de un modo diferente, como si respondiera a un llamado que no entendía.
Nunca se lo conté a nadie. ¿Cómo explicar que a veces sentía las emociones de los demás como propias? ¿Que en ocasiones sabía que alguien estaba triste antes de que su rostro lo mostrara? O que, en sueños, caminaba por paisajes que no existían en ningún mapa.
Pensé que era parte de ser una niña sensible. Hasta que crecí. Y esas sensaciones, lejos de desvanecerse, se hicieron más fuertes.
Hoy, a mis veintiún años, esas preguntas sin respuesta me pesan más que nunca.
Aún recuerdo esa noche, una noche tan templada, con una luna llena dominando el cielo como un faro antiguo. Sentí el impulso de salir, de caminar bajo su luz plateada. A veces, cuando el mundo se volvía demasiado pesado, el bosque era el único lugar donde podía respirar sin sentirme extraña.
Atravesé el sendero conocido, dejando que mis pasos me guiaran. Los árboles susurraban historias antiguas, y el aroma de tierra húmeda llenaba mis sentidos. No llevaba un destino en mente, solo la necesidad de estar sola con mis pensamientos.
O eso creí.
Al llegar al claro junto al viejo roble caído, lo vi.
Raven estaba allí, como si la misma luna lo hubiera esculpido en sombras y luz. Se apoyaba contra el tronco, los brazos cruzados, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, observando el cielo con una expresión que no supe descifrar.
Me detuve, sintiendo un tirón extraño en el pecho, una especie de latido que no me pertenecía. Algo dentro de mí se agitó al verlo, algo primitivo y dulce a la vez, como si una parte olvidada de mi ser reconociera la suya.
-- No esperaba encontrar a nadie aquí -- dije, mi voz apenas un susurro.
Raven bajó la mirada hacia mí. Por un instante, su rostro se iluminó con una sonrisa leve, casi imperceptible, pero luego se desvaneció, reemplazada por su típica neutralidad.
-- Este lugar siempre ha sido bueno para pensar -- respondió, su voz ronca como piedras rodando suavemente en un río.
Me acerqué despacio, sintiendo el calor invisible que emanaba de él. Era absurdo; estábamos al aire libre y, sin embargo, su sola presencia parecía desplazar el aire a su alrededor, envolviéndome.
-- ¿Pensar en qué? -- pregunté, sentándome en la hierba, abrazando mis rodillas.
Raven tardó en responder, como si pesara sus palabras.
-- En el pasado... en lo que no se puede cambiar -- dijo finalmente, su mirada volviendo a perderse en la bóveda estrellada.
Una punzada de melancolía se instaló en mi pecho. Siempre había intuido que Raven cargaba un peso que no compartía. No era sólo la típica tristeza de un joven; era algo más profundo, más antiguo.
-- A veces pienso que... hay cosas que ya están escritas -- murmuré, más para mí misma que para él. -- Y que por más que corramos, igual nos alcanzan. --
Raven me miró entonces, directamente, y durante un instante sentí como si algo en su interior temblara. Como si mis palabras hubieran tocado una fibra secreta.
-- Quizá tengas razón -- dijo en voz baja. -- Pero algunas cosas merecen ser peleadas. Hasta el final. --
Un silencio se instaló entre nosotros, cómodo y lleno de significados que ninguno se atrevía a nombrar.
Sentí una ráfaga de viento, fría y suave, como un susurro en mi oído. Instintivamente, me estremecí.
Sin pensarlo, Raven se movió. De manera casi imperceptible, acortó la distancia entre nosotros, colocándose a mi lado, como un escudo silencioso. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia me rodeaba, dándome una sensación de seguridad que no podía explicar.
Mi corazón latía desbocado, y no supe si era por la cercanía de Raven, por la magia de la noche o por esa sensación persistente de que algo, muy dentro de mí, estaba empezando a despertar.
-- Deberías tener cuidado al salir sola -- dijo, su tono grave pero cargado de una preocupación genuina.
Sonreí débilmente.
-- ¿Desde cuándo eres mi guardián? --
Su boca se curvó en una sonrisa fugaz.
-- Desde siempre, quizás -- respondió.
Un escalofrío dulce recorrió mi espalda. Algo en su mirada, en sus palabras, tocaba cuerdas que ni siquiera sabía que existían en mí.
La noche avanzó, y nos quedamos allí, bajo la mirada constante de la luna, compartiendo silencios que hablaban más que cualquier palabra.
Cuando finalmente me levanté para regresar, sentí la mirada de Raven en mi espalda, intensa y protectora, como si luchara contra un impulso que ni él entendía del todo.
Caminé de regreso a casa con el corazón latiendo desacompasado, la mente llena de preguntas sin respuesta y el alma envuelta en un presentimiento imposible de ignorar.
Algo estaba cambiando. Lo sentía en los huesos, en la sangre.
Y aunque aún no lo sabía, aquella noche bajo la luna era solo el principio.
Un principio que lo cambiaría todo.
Raven DélacroixHabía aprendido a convivir con el peso de lo que soy. Lo había aceptado desde que tengo memoria, como una segunda piel, como una sombra que jamás me abandona. Pero esta noche... esta noche todo ardía distinto bajo mi piel.La luna no era plena, pero su luz atravesaba el follaje con un filo casi profético. Había algo en el aire, un susurro antiguo, un presagio, quizás. Y yo lo sentía en los huesos.Me detuve en la loma que bordeaba la ciudad. Desde allí podía ver las luces mortecinas que titilaban entre los edificios, como luciérnagas atrapadas en jaulas de concreto. Mi respiración era lenta, medida, aunque por dentro todo se revolvía. Cada paso que daba hacia ese lugar donde sabía que estaría ella era una traición a la calma que fingía tener.Ailén.Su nombre sabía a tormenta en mi mente.Había pasado toda una vida conviviendo con ella sin dejar que mis secretos rozaran su mundo. Ella, tan brillante, tan humana. Tan ignorante de las sombras que la rodeaban.-- ¿Por qué
Liora ValenhardtDesde pequeña aprendí a distinguir entre lo que debía decir… y lo que debía callar.Mi madre, una bruja de la estirpe antigua, me enseñó que las verdades más poderosas no se lanzan al viento. Se protegen, se guardan, se vigilan como si fueran fuego vivo. Tal vez por eso siempre he sido la sombra detrás de Ailén. Su escudo invisible. Su voz no dicha.Y esta noche… esta noche algo ha cambiado.Sentí la vibración antes de que sucediera. Una corriente sutil, casi imperceptible para los humanos comunes, me recorrió la columna vertebral como un soplo antiguo. La magia rara vez se manifiesta sin razón. Y esta vez, no era solo magia.Era destino.El mismo destino que he intentado evitar desde que supe la verdad sobre Ailén. Desde que leí su nombre en las páginas prohibidas del grimorio familiar. Desde que vi, en sueños rotos y profecías fragmentadas, que su sangre podría despertar la luna roja… o destruirnos a todos.Ella no lo sabe. No todavía.Y, por los dioses, ojalá nunca
La noche aún se aferraba al cielo de Umbra Noctis con dedos de sombra, cubriendo el bosque con un velo denso y plateado. Las estrellas parecían haberse retraído, cediendo todo el protagonismo a la Luna Roja, que brillaba sobre la arboleda con un fulgor inquietante. Un aire húmedo y expectante lo envolvía todo, como si la tierra contuviera el aliento.Ailén caminaba por el sendero de tierra apisonada que bordeaba el bosque. Su paso era lento, inseguro, como si temiera que el suelo cediera bajo sus pies. Llevaba la chaqueta de lana cruzada sobre el pecho, pero no era el frío lo que la hacía temblar.Pensaba en Raven. En su mirada profunda y distante, en cómo sus palabras parecían siempre contener un significado oculto. Había algo en él que la perturbaba, algo que no sabía si temer o buscar con desesperación. Sentía ese extraño calor bajo la piel cada vez que él estaba cerca, como si una corriente eléctrica invisible los uniera.-- ¿Por qué te siento así? -- susurró para sí, apretando la
La Luna Roja brillaba en el cielo de Umbra Noctis con una intensidad inquietante. Su luz teñía de rojo los horizontes, y las sombras parecían alargarse más allá de la realidad misma. En el corazón de la oscuridad, la Torre del Ocaso se erguía, como un faro solitario y olvidado por el tiempo. Nadie se atrevía a acercarse a sus muros ennegrecidos, ni siquiera las criaturas más valientes de los clanes. La torre estaba maldita, marcada por siglos de secretos no revelados.Pero para Liora, el peligro no era suficiente para disuadirla. Con cada paso que daba hacia la torre, sentía que algo dentro de ella despertaba. Había llegado a un punto en el que las respuestas que tanto había buscado parecían estar más allá de su alcance, ocultas en lo más profundo de ese lugar prohibido.-- Este es el lugar, lo sé... -- se dijo a sí misma, casi como un susurro, al ver cómo la torre se alzaba ante ella con una presencia casi palpable.El viento gélido de la noche parecía susurrar advertencias, pero Lio
La noche no caía en Umbra Noctis. Se desplegaba. Como una sombra que se arrastra por los huesos del bosque, como una promesa envenenada. En medio de la espesura, Raven avanzaba sin hacer ruido, cada pisada calculada, cada músculo alerta. Bajo la tenue luz de una luna encapotada, su silueta parecía más bestia que hombre.La manada lo esperaba en el claro del sur, donde los árboles formaban un círculo natural, tan antiguo como el juramento que los unía. El aire olía a tierra mojada, a savia rota, a poder contenido. Kael, su beta, ya estaba allí. Detrás de él, los más jóvenes murmuraban entre sí, impacientes, nerviosos.-- Estamos al borde, Alpha. Lo sientes, ¿verdad? --Raven no respondió. No con palabras.Cerró los ojos. Sintió el latido de la tierra bajo sus pies, los susurros de los espíritus del bosque rozando sus pensamientos. La Luna Roja aún no había ascendido, pero su presencia era un temblor en la sangre. Lo reconocía por el sabor metálico en su boca, por la tensión en su nuca,
La noche era más densa que nunca. El aire, impregnado de humedad, parecía pesar sobre el alma de Raven como una carga invisible. Avanzó entre los árboles, los ojos clavados en la figura que se deslizaba en la penumbra. No la veía con claridad, pero la sentía. Era como una sombra viva, un susurro del destino que había estado aguardando pacientemente en los márgenes de su vida.El viento traía consigo un aroma extraño, algo antiguo y familiar, como si el bosque mismo estuviera respirando sus secretos. Las hojas crujían suavemente bajo sus botas, y su respiración era la única cosa que rompía el silencio sepulcral.La figura avanzaba con una gracia perturbadora, moviéndose entre los troncos como si fuera parte de la misma oscuridad que la envolvía. No podía ver su rostro, pero el aire que la rodeaba parecía vibrar, lleno de una tensión casi palpable. No era una presencia amigable, ni humana. Raven lo sabía.Su corazón latió más rápido, no por miedo, sino por la certeza de que algo trascen
El campus universitario de Umbra Noctis se encontraba en su apogeo aquella mañana. Los estudiantes se apresuraban entre los edificios, intercambiando bromas y risas mientras las primeras luces del día iluminaban los árboles que rodeaban el campus. Ailén, Raven y Liora caminaban juntos, disfrutando de la tranquilidad antes de que las clases comenzaran.Ailén, con su mochila colgada sobre el hombro, observaba con atención todo lo que la rodeaba. A pesar de que su vida había estado marcada por secretos y oscuridad, el ambiente universitario le ofrecía una sensación de normalidad. Se sentía conectada con la humanidad común, alejada de las tensiones sobrenaturales que la acechaban.Raven, por su parte, caminaba cerca de ella, siempre alerta. Su rol como Alpha de la manada lo mantenía en un estado constante de vigilancia, pero también sentía que cada vez que estaba cerca de Ailén, algo dentro de él se calmaba. Había algo en ella que lo ataba de forma inexplicable, y su instinto le decía que
El viento soplaba con una crudeza inusual esa noche, arrastrando consigo el murmullo de las hojas secas que crujían bajo las botas de Raven. La luna, apenas una franja delgada entre las nubes, parecía observarlo con una mirada esquiva. A lo lejos, las luces del campus universitario parpadeaban como faroles en medio del mar, pero él ya se había internado demasiado en la espesura del bosque como para regresar.Su respiración era controlada, apenas un susurro entre los árboles. Su oído, agudo incluso en forma humana, captaba el leve crujir de ramas que no deberían haberse movido. Estaba siendo seguido. Lo sabía. Lo sentía.La manada había sido clara: los signos eran demasiado evidentes para ignorarlos. Olores ajenos, huellas deformadas, energía densa entre los árboles. Alguien había llegado a Umbra Noctis. Y no eran bienvenidos.-- ¿Qué buscas aquí? -- murmuró Raven, su voz apenas más fuerte que el viento, dirigiéndose al vacío de la arboleda.Silencio.Luego, una figura emergió de entre