Lyam
Amarré con fuerza los últimos nudos, asegurándome de que ninguno de ellos pudiera liberarse, la familia entera estaba atada, amordazada y tumbada en el suelo, inmóvil, pero sus cuerpos seguían temblando como si algo dentro de ellos intentara escapar. Las cuerdas crujían bajo sus espasmos. No me gustaba ver a los niños así, con esos ojos rojos encendidos como brasas, pero no podía arriesgarme. Si los soltaba, no dudarían en arrancarme la garganta. Me enderecé, respirando hondo para calmarme, y tomé una decisión: los llevaría conmigo, evidentemente debo evitar el pueblo y la plaza, no podia arriesgarme a llevarlos enfrente a los ojos curiosos… sino directo al palacio, a las mazmorras, donde podría vigilarlos de cerca hasta entender qué les había pasado.
Uno a uno, los até al caballo, asegurando que ninguno se golpeara durante el trayecto. Al montar, eché una última mirada hacia la cabaña, ese lugar maldito que olía a magia negra y muerte. La silueta de la mujer encapuchada volvió a