AZURA
El silencio de las mazmorras era espeso, como si cada piedra del lugar absorbiera cualquier sonido y lo reemplazara por un eco apagado de pasos y respiraciones pesadas. Frente a mí, esa familia estaba encadenada y amordazada, sus ojos rojos brillando con una intensidad antinatural. No había miedo en sus miradas… solo una agresividad pura, casi animal. Lo inquietante no era solo lo que veía, sino lo que sentía. Era como si un manto de sombra cubriera sus almas.
Intenté hablarles, con la esperanza de encontrar algún atisbo de humanidad:
—¿Me escuchan? —pregunté despacio, casi susurrando, como si mi voz pudiera atravesar esa barrera oscura que los envolvía.
Nada. Solo gruñidos, dientes apretados, y movimientos bruscos intentando liberarse de las cadenas. Una de las mujeres se lanzó contra mí con una fuerza que, de no haber estado sujeta, podría haberme derribado. Era como mirar a un lobo rabioso atrapado en una jaula.
Rosaly se removió dentro de mí, su voz grave y firme resonando